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La verdeamarela, reflejo del país

Un Brasil sin ánimo
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▲ El delantero suizo Steven Zuber aprovechó un tiro de esquina y conectó sólido con la cabeza para marcar el empate ante Brasil.Foto Ap
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 18 de junio de 2018, p. a11

Río de Janeiro

Faltando una semana para el estreno de Brasil en el Mundial de Rusia, una encuesta reveló que 53 por ciento de los brasileños manifestaban ningún interés por lo que ocurriría al otro lado del mundo.

Es algo inédito en uno de los poquísimos países en que el futbol no es deporte sino religión, y que, además, es el único que participó en todos los Mundiales, y el único que logró ganar cinco títulos.

Ese desinterés revela algo más. En lugar de ocurrir como en todo Mundial, cuando los brasileños, que hoy por hoy somos como unos 208 millones de almas, se transforman en técnicos capaces de proponer tácticas y estrategias salvadoras, y cuando todos, hasta mi madre en sus 93 años, se transforman en analistas rigurosos capaces de proferir análisis certeros, este año la indiferencia vino como clara muestra de lo que vivimos en este país.

Es como si lo que se disputa en Rusia fuese un torneo mundial de cricket o ajedrez.

Aquí en Río de Janeiro, por ejemplo, a las cinco de la tarde del sábado, día anterior al estreno de Brasil frente a una Suiza que actualmente es inferior a mi país hasta en el lucro del sistema bancario, en un supermercado de Jardín Botánico, barrio que tiene uno de los metros cuadrados más caros de Sudamérica, un funcionario colgaba banderitas entre las estanterías.

Vale reiterar: a las cinco de la tarde de la víspera del estreno de Brasil en el Mundial. En tiempos normales, esas banderitas estarían colgadas desde por lo menos dos semanas antes.

No hay pintadas en las paredes, no hay adornos en las calles, las calles en Río siguen vírgenes de banderas y llamados a la victoria.

Nunca jamás se registró semejante indiferencia a un acto que siempre conmocionó al país a punto de paralizarlo.

Es verdad, desde el primer día, con el 5-0 de Rusia sobre Arabia Saudita, los brasileños finalmente entraron en el clima de un Mundial. Pero entraron a medias.

El pésimo resultado del Mundial de 2014, disputado en tierras brasileñas, y muy especialmente el 7 a 1 frente a Alemania, fueron factores del actual desánimo. Es como si los brasileños tuvieran temor a volver a vivir semejante vejamen.

Eso se vio en varias actitudes en vísperas del inicio del Mundial.

La venta de camisetas del seleccionado, por ejemplo, fue un fracaso, pero no sólo por ese temor, sino por varias otras razones.

La primera, claro, es la crisis económica y el desempleo o el subempleo, que alcanza a unos 27 millones de brasileños.

Pero también contribuyó otro dato: el movimiento callejero, claramente conducido por los medios hegemónicos de comunicación, con la Tv Globo a la cabeza de la manipulación, tuvo esa camiseta como uniforme casi obligatorio. Con el escándalo en que se transformó el gobierno nacido del golpe institucional, vestir semejante prenda, que antes significaba identificarse con el seleccionado, ahora significa identificarse como golpista.

Como tercer punto, el desánimo que encubre al país luego de dos años de navegar a la deriva, rumbo al naufragio. Una encuesta cuyos resultados fueron divulgados cuando faltaba un día para el estreno de Brasil en el Mundial es clarísima: 63 por ciento de los brasileños menores de 30 años saldrían del país si tuviesen condiciones. Y de la población total, 43 por ciento saltarían del barco rumbo a otros puertos. O sea: a casi la mitad de los brasileños, y a la mayoría de los jóvenes, les gustaría largarse de su país.

El mejor reflejo del desaliento en que Brasil se vio hundido desde la deposición de la presidenta Dilma Rousseff y la instalación del gobierno golpista de Michel Temer y su camarilla es la indiferencia con que los brasileños reciben al mismo acontecimiento, el Mundial, que siempre tuvo como característica centralizar absolutamente todas las atenciones.

Para reafirmar todo eso, el estreno del seleccionado fue un reflejo de lo que vive mi país.

Una rara mezcla de falta de ganas de jugar, de falta de confianza en su capacidad, de ignorar el espacio de acción y sus propias posibilidades, de inercia, pues.

Algo muy similar a un país que acepta, con irritante indiferencia, lo que hacen los adversarios.

En el caso del seleccionado, una manga de suizos torpes y ávidos practicantes del juego sucio, respaldados por la ceguera absurda del árbitro.

En el caso del país, una manga de golpistas torpes y ávidos practicantes del juego sucio, respaldados por la ceguera absurda de una justicia arbitraria e injusta.

Pensándolo bien, sí existen puntos de convergencia entre el país y su seleccionado.

Lástima.