onald Trump determinó ayer meterse en una escalada de agresiones comerciales con la que, según varias mediciones, es ya la primera economía global. Al anunciar el inicio de la vigencia de tarifas arancelarias a importaciones chinas de significado estratégico
por un valor de 50 mil millones de dólares, el presidente estadunidense abrió de manera oficial el nuevo frente en su guerra contra el mundo para terminar con el déficit comercial de su país, un fenómeno que atribuye al histórico abuso
de las demás naciones que, en este relato, se aprovecharon de la debilidad de las anteriores administraciones estadunidenses.
Cabe recordar que el monto de los aranceles y los productos afectados se habían anunciado desde abril, pero la aplicación de las barreras comerciales se encontraba en suspenso en tanto representantes de ambas naciones negociaban una posible salida concertada. Al igual que ha hecho en el contexto de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), Trump pasó al ataque a pesar de que se realizan pláticas, con lo cual desató la respuesta inmediata y equivalente de China. El jueves el mandatario estadunidense había amenazado con nuevos gravámenes por 100 mil millones de dólares en caso de que Pekín se defendiera de la ofensiva arancelaria, por lo que está en marcha una confrontación de final imprevisible.
También debe señalarse que, pese a las arrogantes declaraciones del primer día de marzo, en las cuales el magnate calificó a las guerras comerciales de buenas y fáciles de ganar
, a principios de este mes su principal asesor económico reconoció que la embestida contra el sistema de libre comercio –paradójicamente, tejido desde Washington e impuesto al resto del mundo durante las cuatro décadas pasadas– terminará afectando a la economía estadunidense. En el mismo sentido se ha expresado el Fondo Monetario Internacional (FMI), institución tradicionalmente en sintonía con los designios de la Casa Blanca, al manifestar por conducto de su directora, Christine Lagarde, que la guerra comercial en curso no tendrá ganadores, sino perdedores de ambas partes.
Si a lo anterior se suman los desencuentros con sus dos socios comerciales norteamericanos y con sus aliados europeos con motivo de los aranceles al acero y al aluminio, el golpeteo constante en que ha convertido el tema del TLCAN, así como las múltiples grietas abiertas por motivos extracomerciales, pero que sin duda impactan en este rubro, se observa que el afán de hacer a América grande otra vez
a punta de bravuconadas conduce a un desastre económico de dimensiones mayúsculas y a un aislamiento político de la superpotencia sin precedente e imprevisible hace sólo un par de años.
En lo que toca a México, el proceder de Donald Trump debería constituir un fuerte llamado de atención sobre el carácter impostergable de un plan para reducir la dependencia de nuestro vecino del norte que los sucesivos gobiernos se han empeñado en producir y que, está visto, nos condena ante los vai-venes electorales y hasta anímicos al otro lado de la frontera.