a dado inicio, después del segundo debate habido, la temporada de caza profunda al adelantado de la contienda: ¡A por él!
, dicen los españoles. La persecución será llevada a cabo por sus opositores con todos los recursos disponibles. Ya nadie duda que este corto periodo restante de la campaña será de graves pendencias. El tiempo apremia, menos de 40 días restan para lograr acercarse al puntero. Situarse después en la posibilidad de presentar, sólo entre dos, el esperado combate cuerpo a cuerpo es el objetivo. De no haber cercanía entre ambos aspirantes en las preferencias de los votantes, entonces la elección estará decidida. Una notoria, investigada y publicada ventaja entre AMLO y cualquiera de los dos rivales que lo persiguen será determinante. Restará observar lo que habrá de suceder con el resto de puestos en disputa: gubernaturas, senadores y diputados al Congreso federal. En un tercer plano será preciso colocar en esta perspectiva los casos de los congresos locales y las alcaldías para completar el cuadro. Por lo pronto, en estos cargos adicionales en juego, la disputa se la rifan Morena y la coalición del PAN.
Los primeros datos arrojados por el debate difícilmente se convertirán en determinantes del futuro cercano. Las elucubraciones que flotaron con insistencia en la difusión los días previos al encuentro no pasarán a ser más que buenaventuras de los diversos intereses en juego. El celebrado doctor Meade vertió una cascada de palabras para adelantar sus posturas. A más palabras por minuto menos posibilidad del auditorio (votantes) de captar su mensaje. El abanderado del PRI y su coalición de paraguas, llevará consigo este triple estigma partidista. No podrá evadirlo por más esfuerzos que haga. No cabe la menor duda de que se preparó a conciencia, no sólo para este duelo, sino para toda su vida profesional como funcionario. Pero justo ese pasado le impide que pueda mostrarse como un político en busca de la Presidencia. Menos aún, le posibilita desempeñar el rol de confiable guía de una atribulada nación. Sería una verdadera sorpresa que en días posteriores ganara los suficientes puntos para acercarse a Ricardo Anaya y rebasarlo después, tal y como imaginan y desea su equipo y patrocinadores de apoyo.
Al panista se le reconoce su facilidad de palabra y el esquema usado para presentar sus propuestas y programas. Lo hace muy bien, pero su discurso suena bofo, hueco, no acarrea emociones y menos solidez conceptual. Las palabras le salen con precisión y en respetuoso tropel del tiempo disponible. Los desgloses de sus propuestas, todas numeradas, se evaporan tan luego las pronuncia. Poco, o casi nada queda estampado en las mentes de los electores que le urge conseguir. Es casi imposible, por otro lado, olvidarse de su escasa preparación profesional para aspirar a tan elevado encargo presidencial. Los trafiques con sus propiedades e ingresos son y serán pesado fardo. Poco importa ya que el gobierno haya usado, de manera ilegítima, y hasta ilegalmente, las instituciones públicas para perjudicarlo en esta batalla. Su travesía en pos de la candidatura de su alianza partidaria, en sí misma cuestionable, está plagada de cascarones, apañes y traiciones que habrán de pesarle en su ruta para convertirse, efectivamente, en el rival del puntero.
Bien se alega entre la aplastante mayoría de críticos con salida a medios (opinocracia) masivos que López Obrador volvió sobre anteriores hallazgos conceptuales en su retórica. Ciertamente insistió en fincar su oferta sobre la autoridad moral para establecer un gobierno efectivo en lo interno y, también, en el exterior. La legitimidad que se obtiene con honradez sin complicidades y la decidida búsqueda de justicia son las palancas indispensables para situarse en la corriente de simpatías hoy mayoritaria. Y aquí radica el meollo de la cuestión actual: el cambio o la continuidad. Quien se sitúe en uno o en el otro lado de esta vital disyuntiva obtendrá apoyos de distinto grado y número. Las vicisitudes de los debates, mientras se alejen de esta cuestión central, pierden sus pretendidos efectos. Y eso ha sucedido en los dos enfrentamientos habidos. El resultado, medido por varios sondeos, poco ha afectado las previas preferencias y apoyos para el triunfo. Y así sucederá, de nueva cuenta en lo visto u oído en Tijuana. La ruta, en los pocos días que restan para la votación estará plagada de obstáculos. No se puede, por tanto, desdeñar las consecuencias de los tropiezos y logros ante ellos.