Opinión
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La Muestra

Rostros y lugares

Foto
Fotograma de la cinta de la francesa Agnès Varda
U

n tributo de la lucidez a la memoria. A la memoria de rostros y lugares, películas entrañables, terruños y ciudades frecuentados infatigablemente, fotografías de familia, largas amistades y amores desaparecidos. Rostros y lugares (Visages Villages, 2016), el documental más reciente de la realizadora francesa Agnès Varda –compañera de ruta de Godard y de Rivette, de Resnais y de Truffaut, y compañera sentimental de Jacques Demy, realizador de Los paraguas de Cherburgo– es uno de los road movies más fascinantes que pueda uno esperar de una cineasta casi nonagenaria, llena aún de vitalidad, candor y malicia, dueña de una enorme capacidad de asombro.

El punto de partida, cercano en intenciones artísticas y en reminiscencias personales a un trabajo anterior suyo, Las playas de Agnès, de 2008, fue una apuesta un tanto lúdica entre la cineasta veterana y su joven amigo JR, misterioso fotógrafo francés de espacios urbanos y grandes formatos. Se trataba de recorrer el territorio galo y capturar, con cámaras de cine y fotográfica, a personajes anónimos, campesinos y transeúntes, obreros y estudiantes, transformando el vehículo itinerante en un laboratorio donde se ampliarían las fotos tomadas para que los personajes retratados pudieran verse en tamaño natural, o incluso más grande, sobre las superficies de un muro o una puerta, en la superficie de un camión o las ventanas y los quicios de una fábrica, o sobre una gran roca a la orilla de una playa, como una obra de arte efímera o la instantánea del recuerdo de un artista.

Los lugareños se acercan así a la cineasta, la interrogan, le brindan hospitalidad espontánea o el acceso a un momento íntimo de sus vidas; ella, a su vez, departe con ellos de modo fraternal y con una curiosidad insaciable, sin un asomo de impertinencia. A lado suyo, JR asiste encantado a esta manera que tiene Varda de practicar su viejo oficio de escudriñadora de paisajes y rostros humanos, como antes lo habían hecho Chris Marker y Pierre LHomme en El bello mayo (1963) o Jean Rouch y Edgar Morin en Crónica de un verano (1961). Varda y JR visitan de este modo la tumba discreta de Cartier Bresson y el domicilio no menos discreto aunque poco hospitalario de Jean-Luc Godard en Suiza, improvisan la travesura de recorrer el museo del Louvre de modo veloz, a la manera de los protagonistas godardianos de Bande à part (1964), con JR empujando la silla de ruedas de la anciana adolescente que describe divertida los cuadros renacentistas. El humorismo lúdico y chispeante que despliega la cineasta lo matiza por momentos la evocación nostágica de los amigos desaparecidos –Jacques Demy, en primer término– y también la lúcida conciencia de la cercanía de la muerte propia. El joven fotógrafo JR establece con la cineasta un franco diálogo generacional anticipando también, de algún modo, la ceremonia del relevo artístico. Ella a su vez le confía y a los espectadores sus entusiasmos y sus aprensiones, también el almanaque de sus recuerdos más íntimos, todo con honestidad y emoción contenida. Rostros y lugares es un documental formidable, probablemente el mejor momento de esta Muestra.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 12:15 y 18 horas.

Twitter: Carlos.Bonfil1