Sábado 9 de diciembre de 2017, p. a12
Soñamos que bailamos. La vida es baile, y los bailes bailes son. Tomo tu talle. Caminamos.
Bailar tango es caminar unidos.
Y como los sueños forjan la realidad, lo que para Borges fue un pensamiento triste que se baila
, hoy podemos bailar en color naranja, un sonido que nace del dejar de respirar por un instante. Un pensamiento alegre que se baila.
Suspiramos.
Y es que en los estantes de novedades discográficas esplende un álbum doble que compendia la historia del tango entera, pero sobre todo hace ondear la obra de uno de los compositores más importantes del siglo XX: Astor Piazzolla (1921-1992).
The sound of Piazzolla (Warner Classics), se titula el disco.
Una manera de evaluarlo es mencionar algunos de los músicos que ponen en vida las obras que compuso Astor Piazzolla, pues se trata de los mejores del campo de la música de concierto en la actualidad: Martha Argerich toca Oblivion en piano solo y el mundo es un estremecimiento; el contratenor Philippe Jaroussky canta Los pájaros perdidos y el mundo es un asombro; la rubia inglesa Alison Balsom luce embocadura de sirena y hace ondular con su trompeta a Escualo, ese ser marino que Astor Piazzolla pone a nadar desde su bandoneón, aquí sustituido por trompeta merced al trabajo de Julian Milone, autor de la transcripción que escuchamos en el track 14 y último del primero de los dos discos, titulado Homage to Astor Piazzolla, del álbum a su vez de nombre, como ya dijimos, The soud of Piazzolla.
¿Qué es el sonido Piazzolla?
Un suspiro.
¿De dónde viene esa música?
Es 1918. El planeta Tierra pare su primer disco de tango. Entre un siseo, un murmurar de insectos inimaginados, un ostinato del raspar de la púa del gramófono sobre el 78 revoluciones por minuto, la voz del Zorzal Criollo erige: Mi noche triste y, dando la vuelta a la tortilla negra, Carlos Gardel entona Flor de tango.
Es la época del surgimiento de los grandes directores de orquesta argentinos, del tango-baile y del tango-canción: Francisco Canaro (1888-1964), Osvaldo Fresedo (1897-1980), Enrique Delfino (1895-1967).
Es la época de Paquita Bernardo (1900-1925), una de las grandes intérpretes del bandoneón, compositora y quien, en 1921, forma un trío legendario, con ella al bandoneón, Elvino Vardato en violín y Osvaldo Pugliese en el piano.
Se avecina la revolución melódica, armónica e instrumental de Julio de Caro, la línea de Pedro Maffia y otro par de prodigiosos bandoneonistas: Pedro Laurenz y Armando Blasco. En el Chanteclair, en el Richmond, en el Café Colón, en L’Abbaye, en los centros que aglutinan las noches porteñas hierve el tango.
1921. En Mar del Plata nace Astor Piazzolla. A los cuatro años de edad ya está en Nueva York, donde su padre, Nonino Piazzolla, ha logrado emplearse como peluquero en un establecimiento propiedad de un gánster local.
Un lustro después el futuro ilustre está de retorno en Mar del Plata, donde su padre adquiere un salón de belleza. Quiebra el negocio. De vuelta en Nueva York. Nonino le compra a su primogénito un bandoneón, ese encantador instrumento inventado por Henrich Band. Astor activa los fuelles y teclados bajo la enseñanza de un bandoneonista húngaro, Bela Wilda, quien lo guía en adaptaciones bandoneonísticas de obras del Viejo Bach. También el italiano Líbero Pauloni consolidará el rumbo vocativo del entonces púber Piazzolla, quien a los 13 años de edad es invitado por Carlos Gardel para grabar varios temas en su película El día que me quieras, como parte de la sección de bandoneones de la orquesta de Terig Tucci.
Adolescente, Piazzolla ya está en la cúspide: forma parte, como segundo bandoneonista, de la orquesta de Aníbal Troilo. Se hace alumno de Alberto Ginastera y escribe su Primera Sinfonía. Becado, viaja a París para estudiar para director de orquesta con Hermann Scherchen. Y allí recibe el rumbo: Nadia Boulanger rechaza sus partituras de música de cámara y sinfónicas y lo insta a tocar lo suyo, el bandoneón: “Ca c’est l’esprit de Piazzolla, ne le laisse jamais partir”, lo signa.
Es así como tenemos ahora una música del alma, plena de arrebato, sensualidad, carnosa fiebre, energía sexualizada. Poesía en estado puro. El tango evolucionado. Ante la confusión del público, que siempre necesita cartabones, Astor ataja: la mía es una música de Buenos Aires
. Punto.
El disco que ahora nos ocupa, compendia todos los misterios. Adiós Nonino, con Los Doce Chelistas de la Filarmónica de Berlín, es un dardo pleno de amor y ternura insondables.
Los dos discos son un caminar. Sabemos que bailar tango, de acuerdo con los maestros de baile expertos, consiste en caminar. Juntos. Bailar tango es caminar unidos balanceando el alma. Incluso, al escuchar este álbum, bailamos todo el tiempo sin movernos en nuestro asiento. Y por la noche soñamos que bailamos.
Dije líneas arriba que este álbum compendia la historia del tango. Lo hace en pasajes óptimos de la ópera de Astor Piazzolla titulada María de Buenos Aires, que él nombró Tango Operita
y la escuchamos aquí en la voz de Julia Zenko, como María; Horacio Ferrer, como narrador, y la Kremerata de Gidon Kremer:
“Ahora que es la hora y que un rumor de yerba mora/ trasnocha en tu silencio, por un poro de este asfalto/ yo habré de conjurar tu voz… Ahora que es la hora.”
Y mi pasaje favorito: Tangus Dei (en vez de Agnus Dei): “Hoy es Domingo: Laurel con leche. Desde el badajo/ de su cuchara da un capuchino tres campanadas:/ tras los misales, pican motetes las derrotadas/ y alegres nalgas de las matronas: Laurel con ajo/ Hoy es Domingo, laurel con fiaca. Domingamente/ rueda un bostezo. Y, en el bostezo, dan las/ muchachas la buena nueva del buen mal paso que/ arde en la hilacha pródiga y tensa de sus/ bluyines: Laurel caliente/ ¡Cuánta Navidad tenías/ atragantada en los años!/ qué zafra brava, María,/ zafra de partos, tu parto…/ Porque ese niño, Jesús, que es/ niña: niña ha nacido/ la niña tuvo otra niña/ que es ella misma y no es tanto/ quieren final y principio/ ser gotas del mismo llanto/ ¡Por Dios: los espectadores también queremos saber,/ si las letras de este tango ya han sido o están por ser!”
Quienes amamos la música de Astor Piazzolla tenemos en este álbum flamante una flameante manera de gozo, una opción de caminar. Quienes aún no caminan, pues a caminar. De manera que, dancemos. Tomo tu talle. Bésame. Caminemos.