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Más allá del ritual
L

a repetición del ritual consagrado resultó patética. El destape no tendrá los efectos que alguna vez tuvo.

El ritual genera la fe, no al revés. No es que una creencia específica tome la forma de un ritual. Los rituales se conciben y practican para moldear las creencias y fortalecerlas.

Teníamos hace tiempo un régimen político eficiente, que se consideraba nuestra forma peculiar de democracia. El día del destape del candidato del PRI, al margen del proceso electoral, todos sabíamos quién sería el próximo presidente. En 2000 sólo 25 por ciento de los mexicanos querían que ganara el candidato del PRI, pero creía que así sería 60 por ciento. Como la mayoría pensaba que el PRI haría de nuevo las trampas de costumbre, el triunfo de Fox tomó a todos por sorpresa.

Hace unos días el aparato del partido realizó el ritual acostumbrado. Fue patético observar la manera en que los oficiantes de la ceremonia se esforzaron por reproducir todos los términos y aspectos de la tradición. Se buscaba crear la impresión de que era posible regresar plenamente al pasado, que nada ha cambiado, que la práctica rigurosa del ritual permitiría garantizar el resultado. Que ahora, como antes, se sabe ya quién será el próximo presidente.

No es posible descartar que el próximo julio las urnas reporten ese resultado. En los próximos meses se emplearán todos los recursos disponibles, que son muchos, para conseguirlo. Nada permite asegurar que el procedimiento electoral estará exento de la manipulación habitual y menos aún que otro candidato acumulará votos suficientes para ganar.

Pero sería un error caer en el juego del ritual. Empieza a verse, incluso, que no tiene ya el efecto que tenía. Contra lo que piensan quienes lo practicaron con intensa devoción, quizás para creérselo ellos mismos, la realidad es otra, la sociedad ha cambiado.

El procedimiento electoral nunca ha tenido gran prestigio en México. El ritual del destape confirmaba la desconfianza generalizada en él. Lo ocurrido en 2000 e incluso el enredo de 2006 alentaron la impresión de que el dispositivo podía funcionar y era ya una oportunidad democrática de expresar la voluntad colectiva. Pero no se logró construir confianza general. La propaganda de las instituciones electorales y de los partidos y candidatos aturden a todo mundo sin lograr lo que buscan. La mayoría sabe de qué se trata.

Aunque sólo una minoría pequeña crea realmente en el mecanismo, un número nada despreciable de personas se hace aún la ilusión de que podrán impulsar a un candidato distinto y que esa persona no sólo logrará el milagro de ganar en las urnas. Podrá también, desde la silla presidencial, arreglar los problemas del país. Acabará con la corrupción y la violencia, dos temas centrales de la campaña electoral, lo mismo que con hambre, miseria, desigualdad, desempleo y todos los males que nos agobian.

Contra toda experiencia, de propios y extraños, se mantendrá esa ilusión. Parecerá por meses que hay algo así como competencia entre los candidatos y al final habrá millones que voten en las urnas. Se repetirán luego los rituales para instalar al ganador en la silla presidencial.

Otra opción, sin embargo, se sigue cocinando desde abajo. Se organiza la resistencia a las presiones electorales, que pueden dividir a las comunidades. La recolección de firmas para la vocera del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), para poder registrarla, enfrenta las trampas discriminatorias establecidas por las autoridades electorales, pero contribuye a la organización, sobre todo de jóvenes y jóvenas.

Para quienes viven a ras de tierra, los resultados electorales no parecen relevantes. No cambiarán la ola de despojo y hostigamiento de los pueblos, cada vez más basada en el uso de la fuerza pública, ni la situación general. Por eso les parecen vacíos, cuando no ridículos, los discursos que empiezan a circular como programas políticos y proyectos de nación, formulados por especialistas y empresarios, y sus paquetes de políticas y medidas que pretenden arreglarlo todo con los mismos aparatos podridos. Es definición de insania usar los mismos medios para conseguir resultados diferentes.

El programa político del CIG y su vocera es muy preciso y complejo: organizarnos y aprender a gobernarnos, cada quien en su lugar y contexto. En su momento, el CIG buscará armonizar impulsos diversos que expresan distintas realidades, aspiraciones y sueños y seguramente planeará cómo desmantelar los aparatos podridos.

Hace unos días, María de Jesús Patricio, Marichuy, dijo con claridad la tesis que importa en su visita a Nezahualcóyotl:

Nos queremos libres como libres queremos nuestros territorios y a nuestra gente consciente y solidaria. Nos queremos sin miedo, porque es el momento de cambiar desde lo que somos como mujeres los tejidos que nos unen como familias, que nos unen como pueblos originarios y como sociedades de la ciudad.