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Toros

Tercera corrida, parchada, restregada y accidentada, pero caritativa

Ponce, más toreo de salón; Joselito Adame, precipitado; El Payo, inspirado

Mansos y pasadores los de Teófilo y Barralva

Bravo, el de El Vergel para rejones

 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de diciembre de 2017, p. a39

En la tercera corrida de la temporada se lidiaron reses de tres ganaderías, una de El Vergel para rejones, tres de Teófilo Gómez y tres de Barralva, en sustitución –a última hora– de los de Julio Delgado, que traían para Enrique Ponce, Joselito Adame y Octavio García, El Payo.

Abrió plaza, como era tradición antes de que unos caballos sustituyeran a los toreros de a pie, el rejoneador Jorge Hernández Gárate, quien después de una muy digna y enterada lidia, con certeros rejones de castigo y al violín, aunque sin clavar banderillas a dos manos, malogró su labor al sufrir su cabalgadura un achuchón en tablas y dejar el rejón de muerte a la media vuelta sin romperlo, lo que provocó división de opiniones.

No obstante que el valenciano Ponce anunció que donaría íntegro su sueldo a los damnificados de los sismos por medio de la Fundación Carlos Slim, luego de 25 años de venir a la Plaza México en las condiciones más ventajosas, su gesto convocó a menos de medio aforo del coso. Gracias, Enrique, por darle tanto a los nuestros, rezaba una manta en el tendido cuando, insisto, los diestros europeos que aman a México hubieran podido organizar corridas allá y convertir cada euro recabado en 20 pesos, no en cinco.

Por esa nefasta costumbre de bregar desde el burladero y no al hilo de las tablas, el primero de Ponce saltó al callejón, cayendo en la contrabarrera de picadores, lastimándose mano y pata izquierdas. Sin embargo, el valenciano acompañó, pues no se manda a un inválido, en derechazos y naturales, embarrándose de sangre la taleguilla sin necesidad. Su segundo, de Teófilo, bizco del pitón izquierdo, recibió hasta cuatro pujales –puyazo fugaz en forma de ojal– y permitió muletazos a media altura, pero de larga duración, genuflexiones que desataron pasiones, aviso y vuelta.

El éxtasis sobrevino con el octavo toro, pues el público suplicó al valenciano que regalara a Vivaracho, de Teófilo, precioso salinero –pelaje castaño y blanco– noblote, que tomó un puyazo y al que Enrique veroniqueó eléctrico, se lo pasó por ambos lados, dejó un bajonazo infame y fue premiado con las dos orejas por el obsecuente juez Enrique Braun, mientras algunos todavía solicitaban el rabo.

No le fue tan bien a Joselito Adame, que inició con una descompuesta larga cambiada a porta gayola a uno de Teófilo, luego hizo lo que pudo y se tiró a matar con un sombrero de charro, lo que dividió al respetable. Peor le fue con su segundo, al que hizo un quite horrendo por zapopinas. Al intentar el segundo par de banderillas cayó en la cara del toro, que codicioso lo zarandeó con ambos pitones dejándolo maltrecho para un trasteo sin eco en el tendido. Equivocaron a José al hacerlo creer que era la nueva primera figura de México, que ya no está para más figuras-cuña.

Lo más torero e inspirado de la desalmada tarde corrió a cargo de El Payo, cada día más maduro, con sello, celo y una expresión de lujo sin solemnidades emergentes. A su segundo, Murmullo, de Teófilo, alegre y claro, lo toreó por nota en cadenciosas, soñadas verónicas, rematadas con medias para un cuadro, en contraste con los mantazos de sus alternantes, para luego ligar tandas por ambos lados muy bien rematadas, pinchar arriba en el primer viaje, dejar una estocada entera aguantando y recibir merecida oreja.

A ver si ya le bajan diestros solidarios: el ruido no hace bien, el bien no hace ruido.