ste no es un país para los otros. Algunos espectadores recordarán el estreno en México, hace seis meses, de una película realizada por el afroestadunidense Jordan Peel titulada escuetamente ¡Huye! (Get out!), que cuestionaba con una ironía fina las cargas de corrección política que persisten en la idea de Estados Unidos como una armoniosa nación multiétnica donde por encima del prejuicio racial y la intolerancia moral prevalecen los valores de la democracia y la convivencia pacífica. El personaje de esa cinta, el afroestadunidense Chris Washington, terminaba viviendo esa dulce ilusión liberal como una auténtica pesadilla.
El actor y realizador George Clooney presenta ahora en Suburbicon: bienvenido al paraíso una corrosiva comedia sobre el asedio o bullying colectivo que en los años 50 una comunidad de blancos inflige a la primera familia negra que se atreve a instalarse en un barrio residencial donde todo mundo (o casi) parece convencido de las bondades civilizatorias de la segregación racial. Ese pequeño casi (excepción muy llamativa) lo representa la familia Lodge, integrada por Gardner (Matt Damon), un pequeño ejecutivo de clase media; Rose (Julianne Moore), su acomedida e impecable esposa, y Nicky (Noah Jupe, espléndido robaescenas). Ellos sí tienen una idea de lo que debe ser una familia tolerante y cristiana que pronto se verá confrontada –por contraste– a la turba de energúmenos racistas que se organizan para exigir la expulsión de los Mayers, la familia afroestadunidense intrusa, a la que le hacen la vida imposible con altavoces y música ruidosa, insultos e intimidaciones de todo tipo, para finalmente tapiarles con madera el perímetro de su casa, a la manera de un denigrante muro fronterizo.
A partir de esta propuesta narrativa, cuya idea original es de los hermanos Coen (influencia evidente a lo largo de la cinta), se desprenden dos situaciones contrastantes. Primeramente, la resistencia moral y estoica de la familia Mayers, en especial de la esposa (Karimah Westbrook) quien debe lidiar paralelamente con la pasivilidad conciliadora de su marido y con el odio de la muchedumbre frente a su puerta; y en un plano muy distinto, la desintegración de la armonía familiar en casa de los Lodge, donde la agresión de un par de bandidos derriba por completo sus tibias certidumbres morales, hasta transformar al marido enloquecido en un ser iracundo sediento de venganza.
Lo que inicia como un pastiche de documental sobre las delicias de vivir en los suburbios todas las delicias del sueño americano de la posguerra, con la calma y uniformidad que mantiene a las familias al abrigo de las amenazas externas (Estados Unidos vive el orgullo de haber conquistado la paz para Europa y siente el derecho inalienable de gozar ahora la suya en casa), se vuelve una delirante comedia pesimista y muy paródica que combina, con toda premeditación, alevosía y ventaja, la caricatura gruesa y una trama de novela negra. Uno podría imaginar la cinta enteramente en manos de sus inspiradores, los hermanos Coen, y tal vez, sólo tal vez, se vería así disminuido el trazo demasiado esquemático de personajes y situaciones, su maniqueísmo elemental. Los Mayers podrían volverse tan imprevisibles y violentos como los Lodge, y la representación de los rednecks, intolerantes blancos, aparecería menos como una galería excepcional de villanos desechables, y más como la plaga de futuros votantes de un ególatra furibundo, parecido en todo a ellos, y como ellos difícil de extirpar del mapa y la historia estadounidenses. Con todos los aciertos de su cinta, George Clooney se queda a medio camino en la representación de esa farsa amarga que se vive en la pesadilla con aire acondicionado
(Henry Miller) de los años cincuenta, misma que aún perdura en el ánimo de sus nostálgicos confederados más recalcitrantes. En la cartelera gris de este fin de año, Suburbicon: bienvenidos al paraíso es, sin duda, una estupenda opción de entretenimiento.
Twitter: Carlos.Bonfil1