partir de ahora todo es política. Comunicar, persuadir, reclutar y cooptar hasta conformar una voluntad ganadora, con la solidez necesaria para sostener el triunfo. Los aprendices de brujo suelen decir que en política todo se vale; no es así. Hay que oponerse a tal consigna que, de extenderse, convalidaría la resurrección de las peores conductas que hasta hace poco queríamos ver como ecos lejanos de un ayer que no se ha ido; no sólo por obra de sus personajes preferidos o estelares.
La decisión presidencial de recuperar el papel de árbitro de última instancia en la política nacional contrasta con la pluralidad alcanzada en estos años de transición y afirmación democrática y, si no se quiere llevar al país a un momento de trágica inestabilidad no sólo política sino social y por ende económica, tendrá que acotarse y modularse.
Se puede y debe apelar a la responsabilidad constitucional, ética y racional del jefe del Estado. Más allá de la un tanto absurda reedición de los mitos en torno al partido casi único, hegemónico, invencible, urge conformar un contexto de exigencia ciudadana que contagie a los partidos y a sus militancias y demuestre, al priísmo realmente existente, los riesgos y peligros de intentar la mencionada resurrección. No sería contra natura sino contra de ellos mismos.
Para encararlos de bien poco les serviría la ley de seguridad interior o la propia lealtad de las fuerzas armadas, cuyos mandos entienden muy bien que la fidelidad es con la nación y el Estado, no con un grupo gobernante específico.
La economía no ha rendido los frutos que se prometieron cuando se acometió la gran transformación de mercado de fin de siglo. Los datos y las experiencias individuales, de grupo o de región conforman un inventario de insuficiencias sociales debidas al mal desempeño económico prolongado y a la permanencia de un régimen distributivo del todo contrario a la inclusión y la justicia social. Esta combinación letal es la que articula el contexto de la política y la lucha por la Presidencia.
En estos menesteres no hay aquello de espérate tantito
; y la probabilidad de que la movilización político-electoral trascienda las urnas y desemboque en conflictos sociales crece con los días y con los usos y abusos a que suelen entregarse los operadores
políticos en tiempo de votos. No debería haber lugar para que, acogiéndose a la incertidumbre sobre los resultados de la elección, los aspirantes, sus equipos y militantes no tomaran partido frente a esta endiablada problemática.
La pregunta es sencilla: ¿piensan que esa combinatoria es real y pertinente para la y su política? Y si creen que no es conveniente, tendrían que explicarnos por qué. Aquellos que respondieran afirmativamente habría que cuestionarles cómo piensan enfrentarla y superarla; qué compromisos pedirían a la sociedad, cómo encauzarían recursos y energías para avanzar o, por lo menos, contener la ola de empobrecimiento que siempre nos amenaza.
Si se pudiera orquestar una batería como la sugerida, el debate presidencial tendría sustancia y la política democrática recuperaría su sentido primigenio de ser fuente esencial para la deliberación ciudadana y la construcción de compromisos para los que gobiernen. La democracia podría aspirar a ser una democracia social y la economía y sus actores principales en las finanzas, la empresa y el comercio exterior forjarían una relación menos enajenada con los mercados, las ganancias y las expectativas.
Entonces podríamos pensar en serio en un nuevo curso para el desarrollo de la economía, la sociedad y la política.
Enhorabuena.
Reconocimiento al trabajo y el compromiso.
La medalla Belisario Domínguez a Julia Carabias