Los lectores de Gabriel García Márquez convierten un salón en Macondo
Voces del público comparten cómo fueron marcados por la obra cumbre del Nobel colombiano
Elena Poniatowska y Benito Taibo relatan anécdotas alrededor del entrañable Gabo
Viernes 1º de diciembre de 2017, p. 3
Guadalajara, Jal.
Una veintena de voces, entre cientos de personas que evocaron en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, el significado que dio a sus vidas leer Cien años de soledad, obra cumbre de Gabriel García Márquez, convirtió el salón Juan Rulfo en un Macondo.
Como español, leerlo me enseñó América
, dijo al micrófono uno de los lectores de Gabo, en un ejercicio literario entre el público promovido por Benito Taibo, quien –junto a Elena Poniatowska– participó en el homenaje por el medio siglo de esa novela del Nobel colombiano.
Para mí fue la magia de la soledad
, dijo una mujer. Un abrazo
, compartió otra. La magia con las palabras
, Una apertura de la imaginación y el intelecto
, Una evasión emocional sanadora
, “Chin, qué ganas de haberlo escrito yo”, Un estremecimiento de mi mundo
, El alma que se desangra sin morir
, Una caricia en mi alma
, La nostalgia de algo que nunca existió
, Morbo
, Un viaje a la casa de nuestra abuela
, Mi transformación en Aureliano Buendía
, se dijo en coro.
Canto, realismo y magia
Benito Taibo, quien ponía el micrófono a los coristas, dijo: “Una vez un niño me preguntó dónde estaba Macondo. Le puedo decir ahora que aquí es Macondo. La FIL logra esto, no presentamos un libro sino estamos levantando la democrática bandera de los lectores. Seguramente en este momento Gabo está volando por aquí”.
Gonzalo García Barcha, hijo de Gabo, en la primera fila, fue mencionado varias veces por Poniatowska en las anécdotas que contó sobre su amistad con el autor. Tuve el privilegio de entrevistar a García Márquez, porque a él no le gustaban las entrevistas, y de sentir su cariño. Iba a comer a casa de Iván Restrepo, llegaba muy bien trajeado, y me daba ternura ver cómo preguntaba si creía que le quedaba bien el pantalón; yo le decía que si le gustaban tanto se comprara dos. Él llegaba manejando su coche, ya había obtenido el Nobel y su novela era la más vendida del mundo entero, pero su conversación no era pretenciosa. Nunca se le subió como a otros intelectuales que tienen tendencia a ser como hígados
, dijo la escritora.
La colaboradora de La Jornada recordó a Pera, que así le decían a Esperanza
, quien era asistente de García Márquez, porque era de las pocas personas que podía descifrar su letra manuscrita y transcribió completo el original de Cien años de soledad; también a Manuel Barbachano, quien pagaba a Pera y apoyaba a noveles escritores entonces, como Carlos Fuentes, “que no tenían en qué caerse muertos.
“A Gabo lo conocí en casa de Fuentes, sacaba a bailar a Elena Garro, mientras Mercedes se quedaba sentada, porque a él siempre le gustó bailar y era muy bueno.”
Las mariposas amarillas llegaron al salón cuando Tania Libertad, amiga entrañable de la familia y del escritor homenajeado, comenzó a cantar.
Acompañada al piano y segunda voz por la cubana Caridad Herrera, la intérprete comenzó con Aquellas pequeñas cosas, de Joan Manuel Serrat; luego, la canción favorita de la viuda de García Márquez, Pequeña serenata diurna, de Silvio Rodríguez.
Siguió el bolero que Gabo solía cantar, Nube viajera, y concluyó con el clásico de José Alfredo Jiménez: Vámonos.
Para entonces la atmósfera estaba saturada de realismo y magia, de muchas lágrimas y sonrisas. Y no es para menos lo que ocurre aquí al tratarse de un libro que de muchas maneras nos ha cambiado la vida a muchos que fuimos tocados por el embrujo de sus palabras
, concluyó Benito Taibo.