Un minuto de gloria
E
l cine de Europa oriental denuncia, mejor que ningún otro, las brechas sociales que las fachadas democráticas ya no pueden ocultar
(Gilles Fumey, Libération). En Un minuto de gloria (Slava), segundo largometraje de los realizadores búlgaros Kristina Grozeva y Petar Valchanov (La lección, 2014), la vida apacible del trabajador ferroviario Tsanko Petrov (Stefan Denolyubov) se ve bruscamente alterada cuando caminando encuentra por azar un voluminoso fajo de billetes tirado en las vías del tren. Su decisión es conservar una mínima parte del mismo y entregar el resto a las autoridades, gesto insólito de honradez que de inmediato es recompensado con una medalla, con lo que el hombre se expone a la burla de sus colegas que sólo advierten en ese acto una absoluta idiotez.
A partir de esta pequeña anécdota los realizadores exponen, con humor corrosivo y enorme destreza narrativa, la cadena de desventuras que conducirán al buen Tsanko (increíblemente ingenuo y para colmo de males tartamudo), desde un efímero momento de gloria mediática hasta una humillación inclemente en su esfuerzo testarudo por recuperar un viejo reloj de pulsera, reliquia familiar, que el Ministerio de Transportes le ha extraviado. Los intentos de Julia (Margita Gosheva), jefa de relaciones públicas cercana al ministro, por servirse de esta figura de un trabajador estatal honesto para contrarrestar en los medios la imagen de una gran corrupción oficial, acumulan torpezas y se vuelven francamente patéticos. Con todo su candor de un hombre simple rebasado por las circunstancias, Tsanko termina exponiendo la indecencia moral y la deshumanización de un Estado irremediablemente burocrático y venal.
La obsesión de Tsanko por recuperar su reloj refleja hasta qué punto su vida entera ha sido regulada y cronometrada, ya sea por las rutinas propias de su oficio, ya por la regularidad con que debe alimentar a sus conejos o por los rituales de disciplina impuestos por el Estado. Privarlo de ese estricto control del tiempo, que en su caso sólo puede ser eficaz en el reloj de familia, es despojarlo del último rastro de dignidad humana. Ninguna autoridad –desde el gobierno hasta los medios– muestra entonces escrúpulo alguno para explotar en beneficio propio la candidez del trabajador incauto. La fábula moral es redonda. La indefensión total del ciudadano frente a los abusos del poder señala la quiebra moral de toda ilusión democrática. El cine búlgaro, casi tanto como el rumano, ha demostrado ser, en los últimos años, un excelente barómetro del grado de corrupción que aqueja a las nuevas sociedad liberales de Europa del Este.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 15:15 y 20:30 horas.
Twitter: Carlos.Bonfil1