La fiesta ausente
or increíble que parezca, a escasos días de que se cumpla el centenario de la revolución bolchevique, que marcó un antes y un después en la historia del siglo XX, el Kremlin pretende mantenerse al margen de lo que representa el 7 de noviembre: una gran revolución para sectores de la izquierda que en este país ya son minoritarios; un artero golpe de Estado para la derecha capitalista, y una catástrofe para los jerarcas religiosos, los monárquicos y los ultranacionalistas.
El menosprecio de lo que durante más de siete décadas fue la fiesta nacional de la disuelta Unión Soviética comenzó en tiempos de Boris Yeltsin, quien tras desplazar del poder a Mijail Gorbachov en diciembre de 1991 proclamó seis meses más tarde como principal fiesta nacional de Rusia el 12 de junio, Día de la Declaración de Soberanía, que unos años más tarde devino Día de Rusia, vigente hasta la fecha.
El aniversario de la revolución permaneció en el calendario rebautizado como Día de la Concordia y la Conciliación hasta que, ya con Vladimir Putin al frente del Kremlin, en 2005 cedió su sitio a una nueva fiesta nacional sacada de la manga, el Día de la Unidad del Pueblo, en honor de la expulsión de Moscú de los invasores extranjeros en el siglo XVII, lo cual ocurrió un 4 de noviembre y que la Iglesia Ortodoxa Rusa atribuye, cómo no, a un milagro del icono de la Virgen de Kazan.
El Kremlin elude referirise a todo lo positivo que emanó de 1917 –acaso para no quedar en evidencia por las desigualdades e injusticias que definen la Rusia de 2017– y procura circunscribir todo lo negativo que hay al periodo soviético, como sucedió hace unos días con la inauguración del llamado Muro del Dolor, dedicado a las víctimas de la represión política en el pasado.
No es de extrañar que las nuevas generaciones, desde las altas tribunas oficiales, apenas hayan oído hablar de la revolución bolchevique, en mucho gracias a los medios de comunicación al servicio de las autoridades que, para esta ocasión, han preparado el estreno de dos series: el Demonio de la revolución, sobre Alexander Parvus –seudónimo de Izrail Guelfand, un menchevique de origen judío que emigró a Alemania–, y Trotsky, cuyo estreno está previsto para el 6 de noviembre.
Para tener una idea del pan y circo que ofrece a su auditorio, nada mejor que citar a Konstantin Ernst, director general del canal que lanzará Trotsky: “A diferencia de Lenin, Trotsky era una auténtica estrella del rock, sólo la faltaba su guitarra eléctrica… Cuando uno se acuesta con Frida Kahlo, y Stalin ordena a David Alfaro Siqueiros matarte, esto es lo que se dice una vida súper interesante”.
A propósito de esta música, El rock contra el capitalismo
, festival programado para el 7 de noviembre en San Petersburgo, tuvo que suspenderse después de… una amable sugerencia de la policía secreta rusa.
No deja de ser lamentable que en Rusia el aniversario de la revolución –aparte de la celebración que cada uno quiera hacer en su casa– se haya convertido en una fiesta ausente.