n las elecciones regionales realizadas el domingo anterior en Venezuela imperó un clima de paz y normalidad, y el partido en el poder ganó 17 de las 23 gubernaturas en juego –aún seguía pendiente, al cierre de esta edición, el resultado definitivo en el estado de Bolívar–, con participación alta, estimada en 61.14 por ciento de los poco más de 18 millones de ciudadanos habilitados para votar.
Tanto el ambiente pacífico en el que se desarrollaron los comicios como el alto número de votantes y, por supuesto, el triunfo del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), del presidente Nicolás Maduro, podrían resultar soprendentes e inesperados para todos los bandos, pero en especial para quienes se dejaron guiar por la información sistemáticamente distorsionada que la mayor parte de los medios occidentales han difundido sobre la situación que impera en el país sudamericano.
Un caso claro de semejante desconcierto es el que expresó la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini: hay que averiguar qué ha ocurrido en realidad
. Parece que la funcionaria, como muchas otras personas, se creyó las versiones de que el gobierno de Maduro había perdido el respaldo popular mayoritario y estaba prácticamente liquidado.
A falta de entendimiento de la situación, no pocos han decidido dar por buenas, de manera automática, las denuncias de fraude formuladas por el sector mayoritario de la oposición, agrupado en la Mesa de Unidad Democrática (MUD), por más que los observadores internacionales presentes en la jornada comicial la consideraron normal, y a pesar de que al menos dos candidatos contrarios al gobierno chavista (Henri Falcón, del estado de Lara, y Laidy Gómez, del de Táchira) reconocieron que el veredicto popular no les había resultado favorable.
Es cierto que se necesita esclarecer las denuncias opositoras y corregir las eventuales distorsiones que hubieran podido tener lugar en la elección, pero parece poco probable que ello invalide una tendencia general que ha resultado favorable al gobierno de Maduro, al que Estados Unidos y sus aliados internacionales, así como los propios opositores venezolanos, auguraban una estruendosa derrota. En cuanto a los alegatos de irregularidades en boca de gobernantes extranjeros, simplemente no les corresponde manifestarlos.
Lo cierto es que el resultado electoral comentado desmiente y neutraliza la satanización de que ha sido objeto el régimen chavista tanto en el interior como en el exterior y exhibe, por el contrario, a una oposición que, por su falta de claridad, su desunión y sus expresiones estruendosas, ha perdido terreno y apoyo en el sentir de la sociedad venezolana a pesar de que, objetivamente, ha avanzado (de tres a cinco gubernaturas) respecto de las elecciones locales anteriores.
Resulta paradójico, por último, que gobiernos y medios informativos que se dicen respetuosos de los principios democráticos exijan la realización de elecciones libres en Venezuela y las descalifiquen porque no les agradan los resultados.