Alejandra López Esquivel, rescatista, narra su experiencia en Álvaro Obregón 286
La primera semana bastaba pedir cualquier cosa para que llegara en 10 minutos
Domingo 15 de octubre de 2017, p. 5
Alejandra López Esquivel pasó más de dos semanas frente a los escombros del edificio que estuvo en Álvaro Obregón 286. Allí conoció a muchos rescatistas internacionales y se hizo amiga de las familias que buscaban a los suyos entre los escombros. Así fue como le tocó presenciar la indignación de los familiares.
La carpa está repleta en el video que muestra Alejandra. Son las 20:17 del lunes 25 de septiembre y las voces suben de tono. El increpado es Humberto Morgan, funcionario del gobierno de Miguel Ángel Mancera con vasta trayectoria (priísta, panista y perredista), que opera
para Héctor Serrano, el secretario de Gobierno de facto de la ciudad. ¡Ustedes son una burla! ¡Idiotas! ¡Payasos!
, gritan familiares y amigos de las personas atrapadas.
El funcionario baja la cabeza y trata de aguantar la andanada de insultos. Un hombre alza su voz sobre las demás: ¡Nos vamos a encargar de que no vuelvas a tener chamba!
Fue una de muchas explosiones de indignación de los familiares que, tras firmar un acuerdo que incluía discreción
con la prensa, se sentían traicionados porque se enteraban por las redes o los medios del rescate de cuerpos del que ellos no tenían información.
Morgan salió de escena luego de que, en una de esas airadas reuniones, el amigo de una de las familias le dejó el ojo morado con un puñetazo. Su lugar fue tomado, una semana después del temblor, por Roberto Campa Cifrián, apagafuegos sexenal. La llegada de un camión del servicio forense de la PGR fue la prueba del desplazamiento del gobierno local.
Sí tengo, pero son del gobierno
Seis días antes, al percatarse de la magnitud del desastre, Alejandra buscó a un amigo suyo que se dedica a la construcción. Con otros cercanos, agarraron camino a Jojutla, Morelos, en varios vehículos repletos. Allá no había nada. Al recorrer las calles, fuimos dejando carretillas, guantes, cascos.
Pronto se les acabó todo.
Al día siguiente llegó a las inmediaciones del edificio colapsado en Álvaro Obregón. Esa zona, como se sabe, fue una suerte de cuartel general de los rescatistas en los días de la emergencia.
López Esquivel y sus amigos lograron colarse hasta el tercer retén
, al cual se acercaban los rescatistas que trabajaban en los escombros.
–Necesitamos gasolina para la planta –decían los de adentro.
–¿Qué más?
–Polines, necesitamos polines.
–Te consigo un camión.
Tras atender varias solicitudes, los recién llegados se ganaron la confianza de los de adentro, en el llamado círculo 1 o simplemente C1. Pronto, Alejandra también estaba adentro y se hizo cargo del punto de hidratación
: conseguir agua, sueros y más tarde coca-colas, fue una de sus principales tareas.
Los familiares de las más de 40 personas atrapadas en ese montón de escombros y los rescatistas que se metían al cascajo eran su prioridad.
Alejandra habla cerca del Centro Médico Siglo XXI, donde espera turno para visitar a su abuelo enfermo, a corta distancia de donde pasó más de dos semanas viendo por otros.
La primera semana bastaba pedir cualquier cosa para que llegara en 10 minutos. La verdad, se nos echó a perder comida. Pero durante la segunda bajó mucho, yo calculo que 70 por ciento.
Uno de esos días, Alejandra se quedó sin sueros. Vio que bajo una carpa con el mancerista logotipo de CDMX tenían muchas botellas y fue a pedirlas. Sí tengo, pero son del gobierno
, le respondieron.
Alejandra hizo acopio de paciencia: ¿Qué te parece si tú me dices que les hace falta acá y compartimos?, indiqué a la encargada. Ya después hasta me presentaban a los de los siguientes turnos para que todo funcionara
.
Ni marinos ni soldados, mandaba la sociedad
Había, reconoce Alejandra, un exceso de líderes, porque muchos querían ese papel
. Los voluntarios que coordinaban, sin nombramiento y al margen de los gobiernos, las distintas áreas de la asistencia, armaron un chat para compartir información. Alejandra sigue en el grupo que tiene una treintena de nombres.
Uno de los mensajes, al cierre del rescate, dice: “Les comparto la relación de 12 camiones que entregaron el material de Álvaro Obregon 286 al centro de acopio de José María Tornel 34 y la lista de todo lo que entregamos relacionada por camión. También están los videos de la salida y llegada de 10 camiones… y los inventarios”. En la relación se cuentan mil 440 lámparas, 969 palas, 246 picos, 101 marros y muchos objetos más.
La sociedad civil
se había organizado a su manera y la autoridad –llámese federal o local– tenía sólo la función de resguardo de los cordones de seguridad.
–¿Quién mandaba en la zona de desastre? ¿La Marina, el Gobierno de la ciudad?
–No, la sociedad. Los militares volteaban a ver a los civiles para dar la autorización de paso, o sea, ellos no decidían. Hubo días en que de repente empezaron a poner marquitas, una firma en la mano, según para tener más controlado, pero ellos no decidían.
Alejandra dice más: Toda la ayuda fue de la sociedad, a excepción del comedor del Gobierno de la ciudad
(había otros dos comedores sin intervención oficial).
En los últimos días los donativos disminuyeron al punto de que Alejandra fue a una tienda a comprar hielo, de su dinero, aunque asegura que en las carpas del Gobierno de la Ciudad de México las bolsas de hielo se derretían.
Volver al trabajo
Alejandra y los demás coordinadores decidieron cerrar sus labores el 3 de octubre, un día antes de que se declarara oficialmente concluido el rescate en Álvaro Obregón. Decidimos tirar bandera cuando en la fila de la comida sólo había soldados, empleados de limpia y policías.
Ya no llegaba ayuda y ya no había relevos porque muchos debieron volver a sus trabajos
, explica Alejandra, comunicóloga, quien pudo robar tiempo a su pequeña empresa.
Héroes
, tituló este diario una serie de retratos de la Agencia France Presse en la portada del 27 de septiembre. El rostro de Alejandra está en la penúltima fila, el segundo de izquierda a derecha.
En su teléfono, ella conserva muchas fotos de esos días. Una es la de Arturo Molina, un pintor que trabajaba en el quinto piso del edificio colapsado. Antes de irse de Álvaro Obregón, la última tarea de Alejandra fue abrazar a Griselda, la hermana de Arturo, cuyo cuerpo fue el último en ser rescatado.