orror gótico. Pennywise (Bill Skarsgärd), el misterioso ser maléfico venido de otro mundo, capaz de cambiar de aspecto y tamaño, gusta de aparecer como divertido payaso inofensivo. Cada 27 años, desde hace siglos, surge de las entrañas de la tierra, desde el fondo de un pozo o de una alcantarilla, para aterrorizar al apacible pueblo de Derry, en el estado de Maine. Su aparición desata siempre una epidemia de asesinatos brutales, cuyas víctimas predilectas son los niños. En realidad, el monstruo tiene la facultad de leer las mentes e interpretar los miedos más arraigados, materializándolos luego en forma de alucinaciones cercanas a un delirium tremens. La fantasía infantil es, para él, un territorio de conquista fácil.
En estos días el British Film Institute dedica un homenaje al escritor estadunidense Stephen King, especialista indiscutible y gran divulgador del género de horror. Roger Luckhurst, de la revista Sight and Sound, consigna su asombrosa productividad: 50 novelas y 11 colecciones de relatos breves (Comencé como un narrador de historias y con el tiempo me volví un poderío económico
, confiesa King). La mayoría de los cinéfilos conocen las múltiples adaptaciones de sus novelas, desde Carrie (Brian de Palma, 1974), hasta Zona muerta (The Dead Zone, Cronenberg, 1983) y Christine (Carpenter, 1983), pasando por El despertar del diablo (The Evil Dead, Raimi, 1981), Miseria (1990) y Cuenta conmigo (1986), dirigidas por Bob Reiner, y un larguísimo etcétera. La novela Eso (It, 1986) había ya inspirado una miniserie televisiva homónima (Tommy Lee Wallace, 1990), para llegar ahora, 27 años más tarde, y cumpliendo con el ritual legendario del relato, al remake fílmico de Andy Muschietti, estrenado en estos aciagos tiempos de desastres ecológicos.
Muschietti, realizador también del truculento film de horror Mamá (2013), ha elegido situar la trama de la nueva versión de Eso en la década de los 80, con su grupo de siete púberes primero temerosos, luego tan intrépidos como superhéroes, que viven excitados la era de los videojuegos (el furor del Pac Man, entre otros)y del Walkman, así como las fantasías adolescentes de Steven Spielberg (ET: el extraterrestre, 1982), y el grupo musical New Kids on the Block. A estas alusiones a toda una década de encantamiento y candor, la cinta yuxtapone las referencias a los terrores que vinieron a enturbiarlo todo: la epidemia del sida, con los miedos irracionales que desató viralmente, y el flagelo de una extrema derecha que en la era de Ronald Reagan sintió respaldadas sus expresiones de odio racial y misoginia de forma alarmante. Los personajes juveniles de Eso se enfrentan ciertamente al mal extraterrestre y de ubicuidad desesperante que encarna el payaso Pennywise, pero de modo más directo aún y más cotidiano, a una normalización en verdad espeluznante, al bullying escolar despiadado que representa una pandilla liderada por Henry Bowers (Nicholas Hamilton), joven racista rencoroso, lugarteniente virtual y brazo armado del propio monstruo insaciable.
Andy Muschietti no vacila en precisar los vínculos muy directos entre el relato Eso y la película Carrie, filmada cuatro décadas antes, con un énfasis en los delirios de la protagonista Beverly Marsh (Sophia Lillis), relacionados con la menstruación y el gore de una sala de baño teñida toda de sangre, punto límite del acoso diario de un padre incestuoso y bestial. Bajo la engañosa apariencia de una comedia juvenil rutinaria, la nueva versión de Eso expone así la irracionalidad ordinaria de un pueblo devorado en buena medida por sus propios prejuicios y su intolerancia. Negros, judíos y mujeres padecen el linchamiento consentido y alimentado por ese payaso inescrupuloso que cada 27 años aparece puntualmente para sembrar la desunión y el caos. El director alude a ese colapso moral de los ufanos vencedores que se ensañan contra un grupo de púberes que irónicamente se llaman a sí mismos perdedores, pero no lleva la metáfora más allá de los límites del entretenimiento genérico. Pudiendo crear una atmósfera más inquietante de suspenso, o una fusión del terror sobrenatural y los horrores embozados detrás de los seres más ordinarios (como suele lograrlo, con brillantez, David Lynch), la película opta por los golpes dramáticos efectistas, los sobresaltos previsibles que una sala 4D registra y amplifica en automático, y una simplificación apabullante de lo que en Stephen King es, pese a su mercantilismo programado, una propuesta novedosa y perturbadora, emblemática, en más de un sentido, de las paranoias actuales en el mundo occidental. La cinta se presenta como el primer capítulo del relato que, en su secuela anunciada, habrá de transformar la pesadilla en un desvarío adulto, cuando 27 años después los mismos protagonistas vuelvan a vivir los terrores de su primer encuentro con la Bestia.
Twitter: @Carlos.Bonfil1