i un terremoto es la liberación de la energía acumulada en la corteza terrestre, los sismos en México han inducido nuevamente la liberación de una formidable energía social acumulada por décadas de contención. Ni Estado ni capital: ¡sólo el pueblo salva al pueblo! Sólo la sociedad civil empoderada logra superar las más tremendas vicisitudes y crisis. Ante la catástrofe, la rapidez de la solidaridad recobró lo mejor del ser humano, ese instinto de hormiga que ha permitido a la especie humana, al mono sapiente, mantenerse durante 200 mil años y evolucionar. Fueron los anónimos, la gente común y corriente, pero sobre todo los jóvenes, quienes inundaron la nación de una nueva esperanza. Ante la devastación de los temblores, la vieja herencia de la comunalidad (campesina e indígena) y del cooperativismo (la mano vuelta, el tequio, la guelaguetza) se conectó con la nueva generación de mexicanos, nuestros hijos. Los que ya no quieren saber de ideologías, ni de objetivos falaces o ilegítimos, ni de pretensiones basadas en el individualismo y en lo mercantil, que les venden día con día los medios prostituidos de comunicación de masas. La limpieza de sus vidas se ha expresado y ha florecido en estos días aciagos. Con las acciones masivas de solidaridad venimos a confirmar que las principales reservas humanitarias, éticas y espirituales del país siguen vigentes. Este es el gran mensaje. ¡Las hormigas tricolores rescatando y reconstruyendo el hormiguero nacional!
El poder ciudadano ha mostrado de nuevo su gigantesco potencial. Este es el yacimiento más valioso con que contamos no sólo los mexicanos sino los ciudadanos de todo el mundo, y que las élites del Estado y del capital se obstinan en limitar y suprimir porque amenazan su existencia. La sociedad organizada y empoderada se vislumbra ya como la única vía capaz de superar la tremenda crisis de civilización a la que nos han llevado los dominadores de la era moderna. Los monos desnudos que fuimos, que somos y que seguiremos siendo, siempre hemos superado las situaciones extremas, las catástrofes y las injusticias. Como humanidad o como especie, porque no hay diferencia entre estas dos palabras, el Homo sapiens ha logrado siempre salir de sus crisis mediante la autorganización ciudadana. Sea en su primera fase organizada en hordas, clanes, tribus o comunas aldeanas, sea en ciudades libres sin Estado, como ocurrió en Europa durante 300 años (de 1000 a 1300), sea hoy como en muchas regiones indígenas (Kuna-Yala, en Panamá, Valle del Cauca, en Colombia, o los caracoles zapatistas, en México).
Porque, además, el sismo reprodujo en la capital del país lo que ha estado sucediendo en otros 400 puntos del territorio nacional: la sociedad agredida y devastada por la perversa asociación entre Estado y capital, por las clases dominantes de la cúspide de la pirámide. Se trata de las amenazas a la seguridad o los daños provocados por la minería a cielo abierto, la extracción de gas y petróleo, la fracturación hidráulica, las termoeléctricas, las presas gigantes, los oleoductos, los parques eólicos, los megaproyectos turísticos, la contaminación del aire, agua y suelos, los tiraderos de tóxicos peligrosos, la contaminación genética con maíz y soya transgénicos, los desarrollos urbanos para las minorías ricas.
El mecanismo es el mismo: el Estado corrupto permite o tolera proyectos del Capital voraz violando normas, leyes y disposiciones legales incluso de carácter internacional (como el derecho a la consulta de las comunidades donde se realizan los proyectos) en aras de la ganancia de las empresas y corporaciones, sacrificando a la naturaleza y a la sociedad. En el caso de CDMX ha sido el auge inmobiliario, el auge comercial y el auge automovilístico tolerados e incluso auspiciados por las autoridades que absurdamente han hecho crecer a la ciudad verticalmente, han privilegiado los gigantescos centros comerciales (malls) y han puesto las vialidades al servicio del auto. La paradoja surge inevitable: la capital del país gobernada por la izquierda
desde hace dos décadas se ha ido convirtiendo poco a poco en una verdadera ¡ciudad neoliberal!
¿Qué sigue? Los sismos han revelado la posibilidad de que esa energía social desatada dé lugar mediante la organización societaria a procesos políticos que impulsen la ciudadanización y transiten hacia una verdadera ciudad sustentable, ecológica, orgánica, diversa, segura y libertaria. ¿Cómo? Movilizándose y organizándose en torno a demandas concretas como moratoria a los autos, agua para la gente no para los negocios, comedores populares, proliferación de bibliotecas públicas, museos barriales, azoteas verdes, creación de centros de arte y ecología al estilo del Huerto Roma Verde (ver), conversión de baldíos, parques y jardines en áreas de producción agroecológica de alimentos sanos, tianguis y mercados alternativos, programas masivos de captación de agua de lluvia, incremento de ciclovías, multiplicación de hogares con energía solar, etcétera. Para ello deben surgir comités y brigadas ciudadanas a escala de edificios, barrios o colonias. Recuperando, en suma, el derecho a la ciudad
promulgado en la nueva Constitución de CDMX, como ha señalado atinadamente Julio Moguel (ver). Pero sobre todo teniendo claro que existe adormecido un poder ciudadano, social o popular, que se hizo presente con las sacudidas de los sismos, que debemos mantener permanentemente despierto. ¡Ni Estado ni capital, poder ciudadano!