res días, una semana, un mes? ¿Qué puede ser más terrible que no saber la edad que tendrá nuestra tristeza?”, se pregunta un personaje de Osama Alomar (Damasco, 1968, escritor exilado en Pittsburgh por la guerra en Siria). La realidad nos llega de golpe en ocasiones. No que no esté siempre, pero todo cambia cuando nos toma por asalto y desnuda al emperador bajo su ropa transparente, al sobreviviente desgarrado, al solidario con casco o tan siquiera manos y ganas, al consternado, al indignado, al vecino a oscuras, al que la ambulancia se llevó, al que perdió a alguien o todo, al corazón abierto y al corazón mezquino (tanto diputado, precandidato, administrador de partido, prevaricador, asaltante de caminos). Nos desnuda a todos.
Qué mejor que mirarse entonces en los ojos del que ayuda porque sí, porque le nace, porque cómo no hacerlo. Con éste o aquélla sí puedo contar, piensa uno al encontrárselos en las calles dañadas. Son los que domaron el estruendo del derrumbe con andanadas de silencio que ni Rulfo y una disciplina que en 1985 llamábamos solidaridad
, sólo para verla secuestrada enseguida por un Estado-PRI que a fuer de corrupción, demagogia y políticas de control malicioso le desguanzó el nombre y lo redujo a logo.
Hoy, en otro momento de emergencia extrema, brota la solidaridad, la nuestra de antes recuperada por quienes no la conocieron porque no habían nacido, y por los que la experimentamos pese al plan denetrés que va de nuez.
Ya lo vimos, la gente funciona mejor sin gobiernos como éstos que padecemos. Decir patéticos se queda corto para adjetivar los rostros de plastilina de los gobernantes federales, de la ciudad, de los estados del centro y el Pacífico sur. Basta comprobar su lenguaje corporal, la pobreza extrema de sus palabras, trátese de la telenovela chafa en Chiapas con zombi incluido, los arremangados brazos del civil
que trae consigo la militarización en grande para apuntalar las Zonas Económicas Especiales en Oaxaca, o la prodigiosa capacidad de evaporación de los gobernadores progresistas
de la capital y Morelos.
Para la población movilizada en la Ciudad de México, el Istmo de Tehuantepec y una miríada de comunidades heridas en las vastas sierras, valles y costas de Mesoamérica, el mensaje del poder significa una afrenta y un insulto, cuando lo único que vale es la verdad. Como la luz cegadora que derrite a los vampiros, los gobernantes no pueden con ella. Estamos en un momento de la verdad
que remueve el suelo, no de los que condimentan películas, narcoseries, telenovelas e infomerciales.
Ya chole de aguantar el estigma en boga del mexicano atávico, violento, malvado, corrupto y güevón. Si los gobernantes aceptan la grosera relación de maltrato con el vecino del norte, allá ellos, es su matrimonio, no el nuestro. Después del desastre ¿con qué cara negociarán el maltrecho tratado de libre comercio? Con la misma que traían la víspera, sólo agachados otro poco más. Los gobernantes, la clase política y las cabezas parlantes ya exhibieron sus piernas de palo: se les desmoronaron. De por sí venían bajos de prestigio, popularidad, credibilidad, dignidad y rating. Tanta polilla acumulada.
Los todos en las calles, entre escombros y nubes de tierra y polvo sumamente contagiosas encuentran que la desgracia propia y la del otro no son distintas. Levantan una ola de fraternidad natural que no debemos dejar que se disipe sin sacarle provecho para alimentarnos el futuro. Nada de regrésense a sus casas, de aquí en adelante la autoridad se encarga
. ¿La qué?
¿Y las corporaciones dueñas del circo? Esas nunca pierden. Es inevitable detectar en los cientos de miles de botellas de agua solidaria retacando parques, bodegas, carretillas y tráileres, el logo de coca, pepsi o algún eufemismo corporativo si no lo tapan el DIF o un partido: hoy el agua se dona
. Los pulpos inmobiliarios y de la construcción que patrocinan a peñas, manceras, gracos y delmazos seguirán en Jauja con el irresistible negocio de la reconstrucción, préstamos frescos y contratos garantizados. Ya decía Naomi Klein que el desastre también les da ganancias.
Ahora que todo se desnuda sin montaje ni traje ni maquillaje resulta más fácil distinguir quienes son los feos. ¿Les vamos a permitir su antojo otra vez?
Sólo supo que al despertar se encontraba en un estrecho y oscuro túnel que no parecía tener fin. Se encogió temblando de miedo y frío, y sintió que lo rodeaban las paredes del túnel. Débiles como mendigo hambriento que buscara un mendrugo en los desechos, sus ojos comenzaron a buscar una luz que trajera esperanza a su corazón temblando
(Osama Alomar: Los dientes del peine y otras historias, New Directions, 2017). Estos días de septiembre muchos encontraron esa luz de golpe, y muchos más ya la están buscando.