Opinión
Ver día anteriorLunes 25 de septiembre de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Dolorismo, sí; civismo ¿no?

L

a brecha entre ciudadanía y gobernantes, legisladores y partidos políticos se ahonda cada día, sin que a nadie parezca preocuparle, unos por particulares intereses y los más por desinterés inducido y desmemoriado. Conmovedora la reacción de la sociedad civil ante los estragos de los recientes sismos, su capacidad para movilizarse, organizar brigadas, coordinar rescates y reunir casi de inmediato lo más necesario, frente al exhibicionismo, negligencia, embustes y disposiciones arbitrarias de las autoridades, por no hablar de la pobre cobertura televisiva de las zonas afectadas en el resto de la capital y del país.

En Cuernavaca se han retenido dos tráileres repletos de provisiones provenientes de Michoacán que pretendían llegar directamente a las poblaciones más afectadas del estado de Morelos, obligándolos a depositar su carga en bodegas oficiales que ya estaban saturadas. De no creerse. Pero a la vez, resulta lamentable la indiferencia de esa misma sociedad para unirse, rechazar, llamar a cuentas, exigir justicia y asumir derechos y obligaciones ante una clase política cuya ineptitud, complicidades, cinismo e impunidad van en aumento. Si este otro desastre político-social en apariencia no es mortífero, ocasiona sangrías, desigualdades, retrocesos y desánimo.

Tal parece que la tradición dolorista de nuestra cultura –si sufro o mitigo sufrimientos, me salvo– impide a la ciudadanía ser más participativa y demandante frente al añejo desastre de la falsa democracia. En su descargo, a esa ciudadanía ya la hartaron las instituciones, el Congreso y los medios masivos que debían defenderla. El mexicano entonces enfrenta los embates de la vida como buenamente puede, mientras otros se dedican a asaltar, secuestrar o asesinar a una población que, aterrada, padece a diario inseguridad, en tanto las autoridades, por ineptitud o complicidad, no atrapan culpables ni disminuyen índices de violencia.

Parte de nuestra apática y manipulada juventud supo reaccionar y actuar tras la catástrofe, pero habernos arrebatado el sentido de comunidad y la noción de civismo, de sensata convivencia pública, deterioró la sabiduría y benevolencia de todos. El martes 19, de nuevo la puntual dejó de ser espectáculo y machacona noticia para recordarnos nuestra comprometedora condición de mortales. Así, más que un inútil por qué, mejor preguntarnos para qué nosotros seguimos con vida.