Opinión
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19/S: El dolor y la esperanza
Angustia, dolor, solidaridad, esperanza
U

na vez más el nudo en la garganta y el dolor profundo marcan la vida de millones de mexicanos. Oaxaca, Chiapas, Morelos, Puebla, estado de México, Ciudad de México devastados por una incontrolable fuerza de la naturaleza que, a diferencia de otras, es imposible prever cuándo, cómo y dónde llegará, pero sí cuáles son sus trágicas secuelas. La única certidumbre son las huellas que dejan y la obcecación con que se repiten sus crueles efectos. Es difícil escribir algo que describa a cabalidad el dolor de tantos. Lo único que queda es aferrarse a la magnífica demostración de solidaridad con la que millones han respondido al auxilio de los que han caído.

Por horas, días y tal vez semanas la mezquindad cedió el paso al encuentro solidario que se manifestó en las calles de Jojutla, Juchitán, Xochimilco, Roma, Coapa, Condesa y tantos otros pueblos, ciudades y colonias, donde voluntarios de todas las edades, sexos, religiones y convicciones políticas se han enlazado, una vez más, brazo con brazo para rescatar, apoyar y dar consuelo a quienes han perdido a seres queridos, amigos y todo, o casi todo. Ése es el mensaje que México y los mexicanos han enviado al mundo, y que en el orbe se ha recibido con conmoción y solidaridad, pero también con admiración por la respuesta de los mexicanos con sus pro-pios hermanos.

Gracias a la sobriedad y el profesionalismo con que el enviado del noticiero News Hour, de la cadena de televisión PBS, dio cuenta de las angustiosas horas posteriores al terremoto, la sociedad estadunidense se percató de la magnitud de la tragedia y la fabulosa respuesta de la sociedad en las tareas de rescate y apoyo. De esa forma fue posible captar y entender que los protagonistas de la tragedia eran los mexicanos comunes, y no los medios en los que con frecuencia se confundía el drama con el espectáculo.

Se reveló en toda su escencia lo que fue el rencuetro de una sociedad con algo que se había perdido en la lucha por la sobrevivencia diaria, en la que el afecto y la solidaridad han sido las primeras víctimas de la competencia, la envidia, la soberbia y la ambición sin límites. Aunque sea por unos instantes, vale dejarse llevar por una visión utópica y cándida e imaginar que sería posible alargar esos momentos de afecto solidario y descubrir que, en las raíces del árbol torcido de la Humanidad que Isaiah Berlin parafraseo tan acertadamente, todavía hay resabios de la savia que alimenta el optimismo sobre la capacidad que los seres humanos tienen para convivir sin necesidad de subyugar a sus semejantes. Esa capacidad fue redescubierta en estos días aciagos en nuestro país.