l domingo Angela Merkel será electa para un cuarto periodo consecutivo como canciller federal de Alemania –primera economía de una Unión Europea que va a reimaginarse tras el prolongado trauma de la salida británica–, líder de facto de un Occidente cada vez más indefinido e incierto por las inauditas veleidades de su líder no de jure pero sí usualmente reconocido, el presidente de Estados Unidos. Es muy reducido, me parece, el riesgo de errar la predicción. Aun sin considerar los amplios márgenes de ventaja que le adjudican las encuestas de intención de voto, numerosos otros factores apuntan a una victoria más de la coalición demosocialcristiana. Será menos estrecha que la primera, hace 17 años, con ventaja de sólo dos escaños y la impresión extendida que la líder venida del Este no duraría mucho en el cargo. Se discute, sin embargo, si la ventaja que ahora obtenga le permitirá gobernar en solitario con mayoría suficiente para liberarla de sobresaltos en un Bundestag (Parlamento Federal en Alemania) dividido y con presencia, por primera vez desde el fin de la guerra, de un partido de extrema derecha. Si se precisa una coalición para lograr tal mayoría, tendría que reconducirse la actual gran coalición
, que se convertiría en los hechos en el estilo alemán de gobernar: entre las dos formaciones más votadas, sólo se elige a la que encabece otra coalición. Un nuevo periodo parlamentario como socio menor de un gobierno de centro-derecha podría conducir a la insignificancia política a los herederos históricos de Friedrich Ebert y Willy Brandt, los socialdemócratas –una mudanza mayor en una Europa que busca otros derroteros.
La mayor incertidumbre y los temores mayores asociados a la elección de este domingo se han referido al partido ultranacionalista, xenófobo, de extrema derecha, Alternative für Deutschland (AfD), que convenientemente trocó su oposición al euro por el odio al islam, que produce más votos. Entre los descalabros provocados por el rechazo abierto o la indiferencia inexplicable de las naciones de Europa ante las demandas de refugio y asilo de emigrantes provenientes del Levante y de África; frente a los vapores provenientes del abandono de la UE por los británicos; ante la popularidad instantánea que conquistan las actitudes ultranacionalistas o de cerrazón provinciana, y ante la fascinación ambivalente del fenómeno Trump; ante todo esto, en la primera mitad del año se creyó que los argumentos de AfD convencerían a un número suficiente de electores alemanes para llevarla al parlamento federal y hacerla indispensable en cualquier coalición de gobierno. El claro rechazo de los demás partidos a entretener esta posibilidad y los enfrentamientos a muerte (política) dentro del liderazgo de la AfD, desarmaron en parte esta perspectiva. Quizá AfD –presente ya en 13 de 16 parlamentos de los Länder– rebase con mucho 5 por ciento y consiga buen número de curules, pero no será el K ingmaker (hacedor de reyes) que sus rijosos líderes esperaban. Para fortuna de todos. Sería un error, sin embargo, suponer que se ha conjurado la amenaza de la ultraderecha en Alemania y otros países europeos. La serpiente del neonazismo tiene mil cabezas y ramificaciones, como vimos este verano en Estados Unidos.
Por razones diferentes por completo, las expectativas electorales de los socialdemócratas, colgadas del prestigio personal de su nuevo líder, hasta hace muy poco presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, han seguido una trayectoria similar. Desde la salida de Gerhard Schröder, los líderes socialdemócratas han sido incapaces de significar una competencia creíble para la formidable señora Merkel. Schulz pareció ser un par verosímil y reconocido, en prendas intelectuales y políticas. Su historial no quedaba muy atrás tampoco. Sin embargo, pronto se desinfló el impulso que lo empujaba en los primeros meses tras su exaltación. En el enrarecido ambiente político ya descrito, situarse a la izquierda de Merkel en temas como la migración podía llevarlo a perder apoyos y votos, incluso en el SPD mismo. Después de que Francia optó por la derecha oportunista e Italia decidió –como ya había hecho Merkel en Alemania– buscar salidas propias de corto plazo para cortar el flujo de refugiados, su campo de coincidencia internacional se estrechó significativamente. Hacia quién podía voltear Schulz, ¿hacia Rajoy? Con Trump en Washington, los alemanes parecen confiar más en la ya demostrada firmeza tranquila de Merkel, que ofrecer a otros oportunidad de ensayar sus propios enfoques. Es un lugar común pero vale la pena repetirlo: Schulz alcanzó la posición que más anhelaba en el momento que le resultaba menos conveniente.
Con algo menos de la cuarta parte de los votos, el SPD será la segunda fuerza en el Bundestag: lejos de la primera (el tercio plus de la coalición demosocialcristiana), pero no suficientemente por encima de las siguientes que forman el Parlamento. Merkel puede elegir socio(s) para la coalición que con seguridad necesitará construir. Excluidos por definición tanto AfD como Die Linke (La Izquierda), quedan los viejos conocidos: los liberal demócratas del Partido Democrático Libre (FDP), muy disminuidos, y los verdes, lejana sombra de lo que fueron en tiempos de Joschka Fischer, aún activo polemista. En Alemania denominan coalición Jamaica
a la alianza democristiana, liberal y ecologista, pues sus colores –negro, amarillo y verde– se encuentran en la bandera de tal isla, una de las Antillas mayores, como decían los geógrafos de principios del siglo pasado.
En función de las curules que obtenga cada uno de los seis partidos que entrarán al Bundestag se definirán mejor las opciones de coalición. La más sencilla, la de los dos mayores, resulta ahora muy difícil para el socio menor, los socialdemócratas, como ya se dijo. La coalición Jamaica
supone transacciones delicadas entre fuerzas de orientación política no sólo diferente, sino opuesta. Hay temas, como los relacionados con el futuro del estado de bienestar en Alemania, en que no existe prácticamente ninguna coincidencia entre verdes y liberaldemócratas. Se ha señalado, además, que mantenerse algún tiempo en la oposición y ejercerla de manera inteligente sería conveniente para los socialdemócratas y los prepararía para ser la opción de recambio tras un cuarto periodo de Mekel, que no necesariamente se extendería hasta el final de la legislatura en 2021, si resulta una coalición frágil o, incluso, un gobierno de minoría. Bajo cualquier hipótesis, los desafíos para el nuevo gobierno alemán, en los escenarios europeo, del Atlántico norte y global, serán formidables.