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La Jornada: sus 33 primeros años
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ste diario llega hoy a su trigésimo tercer aniversario en circunstancias nacionales e internacionales muy distintas a las que imperaban en su fundación, aunque en medio de desafíos y peligros comparables o incluso superiores a los que debió enfrentar cuando salió por primera vez a circulación. El más preocupante de ellos es, sin duda, el deterioro económico experimentado por Demos Desarrollo de Medios, SA de CV, empresa editora de La Jornada, y que tiene como razones principales la crisis económica mundial, que induce una caída de las ventas de publicidad de las organizaciones informativas, y el fenómeno universal del retroceso de los medios de información convencionales –especialmente, los impresos– debido al surgimiento de plataformas tecnológicas. Estas tendencias se han traducido en una grave mortandad de periódicos y revistas o, en el mejor de los casos, en la cancelación de las versiones impresas para migrar a una existencia meramente digital.

La transición en curso resulta mucho más espinosa para un medio que, como La Jornada, nació y se conserva independiente de poderes políticos y de conglomerados empresariales. Es muy alto el precio a pagar por la preservación de una línea editorial propia, crítica y ajena a los grupos de interés: conlleva la ausencia de recursos para la renovación y la adecuación a las nuevas circunstancias. Es el caso de este diario, con tantos y tan dispersos pequeños dueños que bien puede considerarse que no tiene ninguno –o, mejor dicho, que pertenece a la sociedad y a los lectores–, que no ha sido conducido por el afán de la ganancia y que ha reinvertido la totalidad de sus utilidades, cuando las ha tenido, para otorgar a todos sus trabajadores las mejores condiciones laborales posibles.

Tales consideraciones resultan fundamentales para poner en perspectiva el problema laboral que ocurrió precisamente este año. Este conflicto con el Sindicato Independiente de Trabajadores de La Jornada (Sitrajor) hizo crisis en junio pasado y pudo haber desembocado en el cierre definitivo e inevitable del periódico. Las acciones sindicales tuvieron como origen la decisión de la empresa de reducir en forma significativa prestaciones laborales contenidas en el contrato colectivo de trabajo y cuyo mantenimiento, de acuerdo con un laudo emitido por la Junta Local de Conciliación y Arbitraje, hacía financieramente inviable al diario. Es claro que en esta circunstancia la única alternativa habría sido emprender un recorte masivo de su plantilla laboral como los que, por desgracia, son habituales en estos tiempos en los medios impresos y electrónicos, e incluso en los de Internet. La única vía de reducción de personal, en nuestro caso, ha sido la del retiro voluntario, algo pactado y aceptado por la parte sindical. Pero de ninguna manera se hicieron despidos masivos.

Se optó, pues, por el mal menor: reducir prestaciones insostenibles e imposibles para la situación del diario. La respuesta del sindicato fue intentar una huelga, a pesar de que ésta carecía de objeto al existir ya un laudo oficial. A pesar de ello, se consumó el intento de secuestro de las instala-ciones, calusurando el ingreso y la salida de ellas e incurriendo así en la privación de la libertad de quienes permanecían en el edificio. Pero la mayoría de la comunidad jornalera decidió, aun en esas condiciones, seguir publicando el diario sin interrupciones. La Jornada circuló por la voluntad de esa mayoría que no quiso poner en riesgo la continuidad del proyecto. La medida sindical fue declarada inexistente por las autoridades laborales y se evitó la extinción de una fuente de trabajo que, entre Demos y sus filiales –la distribuidora y la imprenta– da sustento a casi 600 familias.

Sin embargo, la actitud de la dirigencia de la organización gremial dañó al periódico en varias dimensiones. Por una parte, imposibilitó o retrasó la concreción de diversos proyectos de negocio, intoxicó los vínculos internos de una comunidad que se ha distinguido por su fraternidad y solidaridad y, lo más grave, abrió, en un entorno mediático siempre adverso y hostil, la oportunidad que algunos esperaban para iniciar una enésima campaña de golpeteo en contra de La Jornada. Espacios y tribunas que nunca habían dicho una palabra sobre los recortes injustificados y masivos en otros diarios y medios electrónicos se poblaron de pronto con coberturas sesgadas en las que se acusaba a nuestro periódico de defender intereses patronales, adoptar una mentalidad neoliberal y otros absurdos.

Es importante, en este punto, tener en mente que La Jornada evita, por principio, manifestarse sobre los asuntos internos de otros medios y entrar en debates con ellos porque considera que la tarea periodística debe consagrarse a cubrir las noticias, no a ser noticia. Cuando el acontecer de las instancias informativas empieza a ocupar el sitio que, a nuestro juicio, debe consagrarse a la actividad de otros actores sociales, el trabajo periodístico se encierra en sí mismo, se vuelve autorreferencial y pierde la utilidad social que debe caracterizarlo.

Es importante aclarar que si bien hay en curso, como consecuencia del conflicto sindical, denuncias por privación ilegal de la libertad, éstas no han sido interpuestas por la empresa Demos sino, a título personal, por algunos de los trabajadores que se vieron afectados y agraviados por actitudes claramente lesivas para ellos durante el cierre injustificado e indebido de la sede del diario.

En las difíciles circunstancias actuales, La Jornada no ha interrumpido sus ediciones cotidianas ni su presencia en Internet y redes sociales y ha cumplido, con ello, su compromiso principal, que es con sus lectores y con la sociedad; evitó el cierre de la fuente de trabajo de centenares de trabajadores y no ha dejado de pagar salarios ni de cumplir con las prestaciones de ley, y mantiene, por sobre todas las cosas, su integridad editorial y su determinación de seguir desarrollando, día tras día, un trabajo periodístico profesional e independiente, crítico, sereno y equilibrado. Las razones principales de estos logros son, por un lado, la existencia de una comunidad jornalera combativa, leal a los principios del diario, pero a la vez dialogante y compenetrada, con una visión periodística singular, así como la solidaridad de importantes sectores sociales con el que consideran su periódico, y que da continuidad al impulso generoso con el que hace 33 años muchas personas, encabezadas por artistas como Rufino Tamayo y Francisco Toledo, académicos, trabajadores, organizaciones sociales y sindicales, profesionistas, amas de casa y estudiantes, apoyaron el surgimiento de este diario. Por ellos y por los que han llegado después, así como por los que llegarán, seguimos.