n el dolor de sus pacientes escapó el último aliento de Fernando Césarman el jueves final de agosto. Fernando se fue al reino de los geranios y se separó del ecocidio en que vivimos y al que dio nombre y fue la pasión de su vida.
Lo conocí en los años 60 como mi maestro en la materia La interpretación de los sueños en el curso de especialidad en sicoanálisis, que duró hasta la semana pasada, en aula en ausencia.
Ese jueves el vientecillo lluvioso movía las ramas. En la calle del Panteón Israelita se oía la algarabía de voces infantiles que subían y bajaban. El enigma de lo desconocido se repetía y la vida continuaba.
Al salir del cementerio en la avenida Constituyentes la lluvia hacia destellar los blancos, los rosas, los mandarina que alucinaba, entretejidos al plateado de las tumbas que comunicaba a la muerte de mi amigo su lujo, enhebrando las conversaciones. De pronto nada de lo que sucedía tenía sentido.
El maestro, el amigo, el colega, el cabal taurino y musical, después de una larga vida de descubrir geranios arrasados por el ecocidio urbano a cuyo estudio dedico su vida, se retiraba. Estudios que quedaron plasmados en una multiplicación de libros –treinta y tantos–, artículos, conferencias y videos aún resuenan en las aulas de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México y del Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Mexicana agregado a su sonrisa que transmitía a más del conocimiento: el espíritu.
Investigador de este cáncer sin remedio de geranios enfermos que tiernamente cuidaba en su casa, carentes de agua, de aire y a los que levantaba con el espíritu.
Entusiasta de los mercados en el país que las flores típicamente mexicanas dan su colorido; nochebuenas, cempasúchil, flor de lis o flor de hielo, cosmos, tigribia, margaritas, magnolias, rosas, muchas rosas, claveles y modernos girasoles, montañas de toronjas, naranjas y mandarinas, mangos, piñas y melones; plátanos y pepinos, variedades de chiles que queman al mirarlos y van desde el verde hasta el manzano.
Escenario de los mercados que envuelven con sus flores –por supuesto geranios– las frutas y bellas mujeres con sus canastas repletas de tortillas, como el gran pecho urbano compañera inseparable de vendedores, etcétera.
Mercados que representan en la vida citadina la posibilidad de un instinto de vida que contrarreste el instinto de muerte que describió Sigmund Freud y que Fernando detectó en la destrucción de las ciudades, ríos, montañas, aire.
A los 92 años de edad se fue el último de los hermanos Césarman –Teodoro y Eduardo– quienes hicieron de pacientes y colegas, amigos que perduran.