on el acoso de complicaciones nacionales y foráneas parece que hemos olvidado al drama venezolano que sigue sangrando. Ha abandonado los terrenos de la ideología y caído en un enredo increíble. Su asidero político, la Revolución Bolivariana, que le ganó la simpatía de las corrientes de tendencia socialista, la que sustentaba los emblemas de crear un patriotismo hispanoamericano y un nuevo socialismo, simplemente hoy resulta insostenible. Sólo por razones de obligada solidaridad, condescienden con él Rusia, Cuba, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Venezuela con Maduro simplemente vive el ocaso de un drama ideológicamente indefendible. Es una tragedia de injusticia inconcebible en un país de la dimensión de Venezuela y ya tan entrado el siglo XXI. Es un dolor latinoamericano. Para Maduro ya no hay un mañana. Su problema personal es sólo cómo salir de su ratonera.
Nicolás Maduro no tiene posibilidades de prevalecer y menos de triunfar en sus propósitos. No tiene salida racional alguna y la doliente Venezuela no aguanta más. El destino inevitable del país es el término a los horrores que hoy vive. Lamentablemente ha corrido mucha sangre, muchas víctimas lloran, pero el fin inevitable, lamentablemente no tiene fecha de consumación. Históricamente todo tirano ha planeado e intentado escapar a un fin indeseado, Nicolás Maduro no puede ser la excepción. Aún en su demencia, el instinto de conservación y la cobardía que le serían naturales así permitirían suponerlo.
Lejos de ayudar, algunos factores externos son lamentables: el protagonismo de Macri con que quiere disimular su embrollo político y su fracaso económico o el obvio oportunismo de Peña Nieto, que dice defender al pueblo venezolano cuando sólo busca recuperar así cierta imagen atropellando sólidas doctrinas. La estupidez de Trump se cuece aparte. Una intervención militar sería absurda, imposible ya en esta etapa histórica. Los principios de No Intervención siguen siendo una salvaguarda ante la habitual intromisión de Estados Unidos. La alternativa más deseable sería aquella que menos sufrimientos adicionales pudiera provocar, pero como todo lo deseable, seguramente no será ni tranquila ni pronta. Así, se impone intentar deducir caminos lógicos de salida:
Primer camino: La opción anhelada sería una huida pactada con un país receptor, posiblemente Cuba, aunque no habría que desatender la simpatía original chavista por los países musulmanes. Fulgencio Batista, dos veces presidente de Cuba de 1940 a 1944 y de 1952 a 1959, en una situación semejante de último apremio, huyó de La Habana el primero de enero de 1959. La diferencia es que Batista enfrentaba una revolución armada triunfante muy consolidada. Batista huyó del país con una fortuna de millones de dólares, exiliándose primero en República Dominicana, luego en la isla de Madeira y por último en la España de Franco. Permaneció en Madrid hasta su muerte en 1973.
Segundo camino: Un caso de justicia popular, como fue el intento de escapar de Nicolás Ceausescu y su esposa Elena. Líder de la República Socialista de Rumania desde varios cargos de 1965 a 1989, fue un tirano clásico influenciado por su mujer; reprimió brutalmente a su asolado pueblo que sólo exigía acceso a mínimos satisfactores; se enemistó con la URSS y se enfrentó a Europa Occidental. En medio de una revuelta, ambos huyeron de Bucarest en un helicóptero. Fueron capturados, sometidos a un tribunal militar, acusados de genocidio y fusilados. Su muerte fue transmitida por televisión.
Tercer camino: Una solución alternativa es un golpe de estado que fuera producido por el ejército, caso del que hay numerosos registros, ¿un nuevo Caracazo? El 8 de julio de este año, al menos 14 militares fueron detenidos bajo el cargo de traición y rebelión, están recluidos en la cárcel militar de Ramo Verde. Y el ejemplo más reciente es el del 6 de agosto del que por el momento existe la incógnita de su autenticidad.
Analistas como la venezolana Marjuli Matheus (Proceso 13 agosto) hablan de un montaje gubernamental ya que sorprende que el golpe
lo encabezó un oficial retirado de rango inferior y fue reprimido fácilmente por la policía. Sería una solución indeseable ya que conduciría a un nuevo régimen militarista con las consecuencias que todos sabemos. Lamentablemente la experiencia venezolana en golpes de estado es amplia y lamentable, fueron tantos como ocho en el siglo XX.
Maduro no tiene salvación, nadie le aconsejaría seguir por el camino en que va. Es insalvable. La que debe ser salvada, aliviada, es la sociedad venezolana. Es imperativa la solución menos gravosa. Maduro desaparecerá por cualquier medio, pero a tanto sufrir habrá que agregar que, como costo adicional, la restauración costará muchos años de esfuerzos.