Mensaje
a detención de Kirill Serebrennikov, famoso director de teatro y cine, desde esta semana en arresto domiciliario –sin acceso al mundo exterior ni por teléfono ni Internet, impedido de recibir visitas, salvo las reglamentadas de su abogado–, es el mejor, y a la vez más torpe, recordatorio de que falta poco más de medio año para las elecciones presidenciales en Rusia.
Aunque todavía no se produce la postulación del candidato de la élite en el poder y los observadores coinciden en que sólo un milagro hará desistir de aspirar a un nuevo mandato al actual titular del Kremlin, Vladimir Putin, Serebrennikov –quien por supuesto no pretende competir por la presidencia– es el personaje ideal para apaciguar a los que suelen criticar más a los gobernantes, los intelectuales.
Aparte de soberbio por creer que a él nada podría pasarle, igual error que en su momento cometió el ex magnate petrolero Mijail Jodorkovsky y se pasó una década en la cárcel, Serebrennikov es de origen judío, lo que no genera simpatía en un amplio sector de la población; gay, ídem; irreverente con la predominante Iglesia Ortodoxa, ídem; provocador en una sociedad puritana con su obsesión por el desnudo en escena, ídem.
En ese contexto, se le imputa ser el jefe de un grupo de la delincuencia organizada que se apropió del equivalente a un millón 150 mil dólares, en los cuatro años que duró el proyecto Plataforma, que coordinó para difundir diversas manifestaciones del teatro de vanguardia y otras áreas del arte contemporáneo.
Serebrennikov asegura que es honesto y que no robó ni un centavo de los subsidios asignados. No hay forma de saberlo, pero sí de comprobar que existen numerosas evidencias de al menos una docena de obras de teatro, exposiciones y conferencias que se llevaron a cabo en ese proyecto bajo su coordinación, incluido el estreno de El sueño de una noche de verano, que la fiscalía dice que nunca tuvo lugar y lleva más de 100 representaciones aquí y en otros países.
Por eso no dudaron en hacer público su apoyo a Serebrennikov, al ofrecerse como avales suyos, cerca de 40 figuras del teatro, el cine, la televisión y la literatura de Rusia, cuyo prestigio no parece que pueda prestarse a exonerar a un supuesto vulgar ladrón.
Con el caso de Serebrennikov se manda un mensaje claro a todos los que cuestionan al Kremlin: le puede pasar a cualquiera, sobre todo si recibe financiamiento del Estado. Dicho de otra forma, por cuanto el sistema de excesivos candados burocráticos obliga a todos los creadores a buscar resquicios para convertir en efectivo un dinero que existe en el papel, sólo la lealtad al poder exime de responsabilidad.
Las autoridades se hacen de la vista gorda ante la práctica común de firmar contratos ficticios cuando urge obtener recursos frescos, sin dejar de vigilar que nadie se embolse el dinero. Ahora, la coyuntura política –aunque todos utilicen ese viciado procedimiento– puede convertir en presunto delincuente sólo a quien resulte incómodo para el Kremlin.