ólo dos semanas después de provocar un repudio generalizado al hacer la primera defensa abierta y explícita de grupos supremacistas y neonazis realizada por un presidente estadunidense, Donald Trump envió ayer una nueva señal de complicidad a los sectores más retrógradas y racistas de dicha sociedad al indultar al polémico ex sheriff del condado de Maricopa, Arizona, Joe Arpaio. El ex alguacil fue encontrado culpable de desacato por ignorar la sentencia de un tribunal que le ordenaba poner fin a la detención de personas de quienes se sospechara que fueran migrantes sin más motivo que su apariencia física, práctica discriminatoria conocida en inglés como racial profiling.
Arpaio ganó notoriedad a nivel internacional por la persecución implacable de migrantes indocumentados que puso en marcha durante el casi cuarto de siglo en que estuvo al frente de la oficina del alguacil, propósito para el que no dudó en recurrir a medidas violatorias de los derechos humanos y a la humillación y exhibición públicas de los detenidos como presuntas acciones disuasorias de la llegada de inmigrantes. Su política de mano dura
le ganó la simpatía de amplias capas del conservadurismo local y nacional, lo que le permitió relegirse en seis ocasiones y lo llevó a ser uno de los referentes del movimiento antimigrante.
Aunque el indulto a Arpaio no es de ninguna manera inesperado, puesto que Trump siempre manifestó su adhesión al estilo del sheriff, la decisión llega en un delicado momento político para la administración republicana, acorralada, primero, por las investigaciones judicial y legislativa en torno a los contactos que colaboradores y familiares del magnate sostuvieron con gente cercana al Kremlin durante la campaña electoral en que Trump derrotó, contra lo previsto por las encuestas, a su rival demócrata Hillary Clinton. Un segundo elemento que debilita a la Casa Blanca es la inocultable ruptura entre el mandatario y los líderes de su partido en ambas cámaras del Congreso, desencuentro generado primordialmente por el estilo de procesar mediante las redes sociales las negociaciones y diferencias institucionales.
Por todo lo anterior, el perdón al polémico alguacil puede verse como una apuesta de Trump por fortalecer el vínculo con sus bases más recalcitrantes, así sea a expensas de ahondar el divorcio abierto con los sectores mayoritarios de la población.
Pero se trate de una estrategia política o de una manifestación sincera de simpatía con las prácticas del ex alguacil, la deplorable decisión del ex presentador de televisión metido a la política es un paso más en el peligroso camino abierto al azuzar los impulsos violentos que anidan en grupos propaladores de la intolerancia. El atropellamiento masivo de manifestantes antirracistas en Charlottesville, perpetrado por un supremacista blanco el 12 de este mes y que causó la muerte de Heather Heyer, constituye un recordatorio dramático de las consecuencias de tal proceder.