n reciente estudio llevado a cabo por especialistas de la Facultad de Contaduría de la Universidad Nacional Autónoma de México, según el cual nueve de cada 10 empresas pequeñas y medianas (Pymes) de México se ven obligadas a cerrar las puertas durante el primer lustro de su existencia, evidencia de nueva cuenta un problema endémico de la economía nacional. La importancia que dichas empresas tienen en ésta se manifiesta no sólo por el aporte que realizan en materia de producción y distribución de bienes, sino también en la capacidad que tienen –a diferencia de las compañías de gran calado– para modificar aceleradamente su estructura productiva. Hay todavía un tercer elemento que las caracteriza y es quizá el más significativo: la disposición que un amplio segmento tiene para innovar en el campo de los productos y servicios, en tanto se trata de emprendimientos con oferta menos estandarizada que las empresas grandes.
En el orden estadístico, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Productividad y Competitividad de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (Enaproce) levantada en 2015, el número de firmas comprendidas en esa categoría (dedicadas a manufacturas, comercio y servicios) supera los 4 millones, que en conjunto brindan 72 por ciento del empleo en el país y más de la mitad de su producto interno bruto (alrededor de 52 por ciento). Y no obstante la contundencia de estos datos, el futuro que aguarda a cada nueva compañía de esas características es por lo menos incierto.
¿Cuáles son las razones que frenan el desarrollo de las Pymes? En primer lugar, las dificultades para encontrar financiamiento adecuado, lo que representa serias limitaciones de infraestructura y desarrollo tecnológico, además de vedarles el acceso a la investigación. A ello se suma el inconveniente de una capacitación, en el mejor de los casos, deficiente y, en el peor, inexistente, motivada por la escasez de fondos para esos menesteres, la resistencia a invertir tiempo laborable en capacitar, la sensación de que esta práctica conllevaría serias complicaciones administrativas, la percepción de que resulta innecesaria y hasta cierta resistencia al cambio, que paulatinamente las va poniendo fuera de competencia en su ramo.
Esto último se relaciona directamente con otro elemento nada desdeñable, y es que la actual tendencia internacional a la concentración de capitales se manifiesta, en el ámbito de la producción, en un progresivo copamiento de los mercados por parte de las corporaciones, keiretsus (coalición de grandes empresas de distintas ramas productivas que operan juntas) y compañías individuales con gran poder económico y político. El abaratamiento de costos por volumen, el empleo de tecnología de punta, el apoyo publicitario y la disponibilidad crediticia de que disfrutan los consorcios, más los privilegios de que suelen gozar en convocatorias y licitaciones (especialmente en el caso de los servicios), son sólo algunas bases en que se apoyan para su expansión. En semejante escenario son pocas las empresas pequeñas y medianas que están en condiciones de mantener una razonable competitividad si su giro coincide con el de aquéllos.
En este contexto, los programas de apoyo a las Pymes juegan un papel esencial, porque constituyen una de las pocas fuentes de recursos a las que estarían en condiciones de acceder esas empresas. Pero la falta de información oficial sobre tales programas, así como el desconocimiento de los propios gestores de Pymes acerca de los mismos, hace que en este rubro también salgan beneficiadas las grandes firmas, que solicitan créditos en una proporción mucho mayor que sus parientas pobres, las empresas medianas y pequeñas.