La princesa desgraciada
a caída en desgracia de Gulnara Karimova –hija mayor del fallecido Islam Karimov, quien gobernó durante un cuarto de siglo la república ex soviética de Uzbekistán, en Asia central– ilustra con toda claridad los excesos que se cometen al amparo de la impunidad y, en ocasiones como ésta, terminan con la pérdida del poder y el disfrute de la riqueza mal habida.
Llegó a tenerlo todo: estudios en Nueva York y Harvard; carrera ascendente en el Ministerio de Relaciones Exteriores, con cargos en Estados Unidos, Rusia y Suiza, hasta ser nombrada por su padre vicecanciller y, cuando se aburrió, embajadora en España. La diplomacia le sirvió de tapadera para impulsar sus aficiones: creó la marca de ropa Guli y se inició como diseñadora, explotando a niños –apenas retribuido su trabajo de esclavos– en la recolecta del algodón y, al mismo tiempo, intentó triunfar como cantante de estilo pop con el nombre artístico de Guguzha.
Se creyó sucesora designada y, al regresar a Uzbekistán, fundó una red de empresas en paraísos fiscales para recibir sobornos millonarios de empresas extranjeras que querían entrar al mercado uzbeko. Con los 850 millones de dólares que obtuvo por ese tipo de favores adquirió propiedades en Rusia, un penthouse en Honkong, residencias en Francia, Estados Unidos y Suiza.
El padre se hacía de la vista gorda ante el insaciable apetito de su primogénita, pero estalló en cólera cuando su hombre de confianza, Rustam Inoyatov, inamovible jefe del servicio de seguridad, le entregó un dossier para demostrar que Gulnara tramaba dar un golpe palaciego para desplazarlo, aparte de que, por celos, utilizaba las redes sociales para exhibir los negocios que hacía desde París su hermana menor, Lola, en aquella época embajadora ante la Unesco.
Desde 2013, tres años antes de morir su padre, la princesa, como se le conocía en Uzbekistán, quedó bajo arresto domiciliario. En el forcejeo intestino de clanes se impuso como nuevo gobernante el entonces primer ministro, Shavkat Mirsiyoev, con el respaldo decisivo de Inoyatov.
A partir de ese momento comenzaron los juicios contra Karimova, cuyo primer círculo de cómplices, incluido su compañero sentimental, ya está en la cárcel. Ella recibió una primera condena a cinco años de prisión, que va cumpliendo entre arresto domiciliario y cárcel efectiva, según convenga a las autoridades.
Pronto empezará un nuevo juicio contra Karimova, a quien se imputan graves delitos, entre ellos delincuencia organizada, blanqueo de dinero, sobornos y otras formas de corrupción. La procuraduría uzbeka calcula que la fortuna de Karimova asciende a 2 mil millones de dólares, cifra que resulta imposible de comprobar al tener ella cuentas en bancos de 12 países, alguna de las cuales ya están congeladas.
Corren rumores de que Gulnara Karimova no sabe qué hacer ante una tácita oferta igual de pésima: si transfiere sus propiedades y dinero al clan que gobierna, teme por su vida; si no lo hace, seguirá entre rejas hasta morir.