al como sostienen los que por determinada situación eran dados por muertos pero que de pronto ellos mismos se encuentran en la bienvenida posibilidad de desmentir el rumor o la casi certeza y, aparte de saberse vivos, se sienten otros o de veras se han transformado en otros, últimamente veo la vida a mi alrededor con las emociones más sensiblemente profundas que he sentido nunca, a lo largo de los años, con una mirada, interna y externa, nueva, mirada y emociones enteramente despejadas, lúcidas y vívidas, incluso ávidas, como si yo de pronto hubiera sabido lo fugaz que puede ser la vida y por lo tanto quisiera atraparla en absolutamente todo su brillo, en toda su amplitud, en todo su esplendor, en toda su riqueza, como si quisiera conservarla así de viva en mí para siempre, es decir, como si fuera posible retenerla así en mí para siempre jamás.
Despierto y descubro la naturaleza al otro lado de la ventana de mi habitación, me parece que desde este lado siento en mi piel el viento ligero de afuera, que a esas horas aquí suele manifestarse ya sobre el pasto, sobre las hojas de las plantas y de los árboles, aun contra la inmóvil tierra o la piedra de los caminos que hay en el jardín. Veo los colores y las formas de las diferentes flores, de los diferentes frutos, casi percibo su aroma y su sabor, veo los diferentes colores y materiales y formas de los objetos en el jardín, desde una pelota hasta una silla o una escultura, o veo las nubes y su forma divagante, errante, o las nubes y su paso. Atenta. Atenta. O sencillamente oigo el silencio y veo la quietud de todo lo que me rodea en la casa, un silencio y una quietud que en potencia vibran de vida, su propia vida, libros, cuadros, muebles, o la música y su música, o los pies de la persona entera que ocupa esos zapatos manchados de pintura, la cafetera, el vaso de agua, el hielo, el lápiz, el pincel, el lienzo, la hoja de papel, la cobija, la banca, la llave, la puerta. Veo las diferentes razas y conducta, los diferentes colores y tamaños de mis perras que a toda hora juegan en el jardín, oigo encantada sus ladridos, oigo encantada los diferentes cantos y veo los diferentes aspectos de los pájaros en vuelo o parados en las ramas de los árboles, o posando suavemente sobre el tejado del techo de la covacha. Oigo el roce de la vara de la escoba que maniobra el jardinero contra las hojas caídas de los árboles sobre el pasto o los caminos de tierra o de baldosas.
Y la capacidad de apreciar con los cinco sentidos esta como resucitada conciencia ante mi nueva experiencia en la vida está igualmente presente en todo lo que hago después de despertar y empezar a ver y sentir el mundo y mi mundo con mayor intensidad que antes. Abordo mi diario con mayor frecuencia que antes al día, cada día, registro en él más reflexiones que nunca, más confesiones, más incertidumbres, más anécdotas y más comentarios. Es que incluso mi caligrafía parece haber adquirido más firmeza, con la nueva fuerza en mis dedos la pluma amenaza con rasgar la página, mi habla interna parece tener mucho más que decir que nunca. Mi puño se cansa pero se sobrepone casi al mismo tiempo.
Leo más que nunca. Lo que leo es más claro y más gozoso que nunca. Parecería que también mi visión, interna y externa, ha aumentado. Y a la hora de sentarme a escribir veo que además de la vista han aumentado en mí el oído, el olfato, el gusto, el tacto.
Bueno, es que el bienestar y la animación que estoy experimentando por igual se extiende hacia mi contacto con los demás. Hoy me da risa recordar cuando en el pasado y a mis espaldas me apodaban La Muda. Era callada, pero tampoco tenía deseos de hablar, me bastaba con escuchar a los demás, me sentía avocada a escuchar mucho más que a conversar, al menos de forma oral. Sólo que últimamente mi deseo de hablar también ha despertado en mí y ahora me encuentro conversando con los demás con fluidez y con naturalidad, casi desbordantemente, copiosa, profusa, exuberante, para mí pródigamente.
No estoy segura de que el estado en el que me encuentro se prolongue de manera indefinida, pero de lo que sí estoy segura es de que, por lo que hace a mí, yo no daré marcha atrás. No me detendré nunca más. Seguiré como en un permanente saludo al día, con los brazos abiertos, y como en una permanente despedida, tranquila, en paz, sin lágrimas en los ojos ni en el corazón.