n la dramática circunstancia que vivimos los mexicanos, debido a la inseguridad extrema, a la violencia y al abuso sin límite, nos coloca en situación traumática permanente donde los protagonistas principales son la angustia, el dolor y los duelos no elaborados. Sobre un trauma se suma otro más. El yo se ve desbordado, sin posibilidades de elaboración de la situación traumática.
Una nueva tragedia nos lleva a vivir lo invivible; suman ya 11 de los cuales cinco eran mexicanos que fallecieron en la caja hirviendo de un tráiler en San Antonio, Texas, asfixiados debido al calor que volvía ese remolque un infierno. Repetición de las muertes consignadas en lo que va del sexenio y el anterior. Tendencia a desafectivizar lo invivible de este tipo de muertes por asfixia o por calcinación. Tormentosas vivencias de los familiares de los latinoamericanos que expulsados por el hambre de sus países buscan la forma de llegar a la tierra prometida
del norte del continente por comida y trabajo y no se diga tranquilidad.
Habrá que pensar y repensar que desde la conquista de México la crueldad que nos arrebató lengua y religión de hecho fue prácticamente sin sangre. Pese a los baños de sangría, la crueldad inaudita que nos rodea es sin sangre. ¿Cómo integrar la crueldad con sangre a la sin sangre, evidentemente más angustiante? Componentes del pensamiento de Jacques Derrida, el filósofo francés que dejó inconclusa esta parte de su obra.
El dolor y la rabia nos rebasan y las autoridades prácticamente no pueden con el problema –espero estar equivocado–. Lo único que profundiza es la sensación colectiva de desvalimiento y un estado de neurosis traumática colectiva. Lo que las autoridades ignoran o no quieren saber es que el acoso del yo
por las situaciones traumáticas repetidas hace perder la brújula y no es posible prever las conductas que pueden surgir ante situaciones de sufrimiento extremo.
Para terminar me permito recurrir a Sigmund Freud, quien definía como traumática una situación de desvalimiento vivenciada y enunciaba: “Ahora bien, constituye un importante progreso en nuestra autopreservación no aguardar a que sobrevenga una de estas situaciones traumáticas de desvalimiento, sino preverla, estar esperándola (…) La angustia es entonces, por una parte, expectativa del trauma, y por la otra, una repetición amenguada de éste (…) El yo, que ha vivido pasivamente el trauma, repite ahora de manera activa una reproducción. Sin embargo el tema que aquí se semblantea de una manera extremadamente somera es de una profunda complejidad. Lo que se hace evidente es el grado extremo de sufrimiento que experimenta el individuo ante tales circunstancias. Falta agregar la situación de dolor y duelo cuando la situación traumática conlleva la pérdida de seres amados”.