l tiempo transcurrido que va de la tragedia del Paso Exprés
al presente, actúa como disolvente de la legitimidad que le resta al oficialismo de élite. El contratismo rampante, las complicidades de diversos actores, los favoritismos gubernamentales que cabalgan con flagrantes improvisaciones en su funcionamiento, socavan buena parte de la traqueteada ética pública. La precisa visión que emerge de tan desgraciado suceso, es la de un denso y oscuro entramado de grandes intereses. Éstos excluyen, de manera tajante y cínica, la justa pretensión popular vivir con decoro y bienestar. El transcurrir de las semanas sin respuestas aceptables consolida la idea de una intocable cuan abarcante red de espurios intereses coaligados. Queda también asentada en la conciencia pública la incapacidad de una administración para responder a mínimos de transparencia, racionalidad funcional y aceptable conducta política.
El costo para el Presidente y el priísmo de mantener en su puesto al secretario de Comunicaciones es inmenso. La erosión que ello causa a la credibilidad no se aprecia en su dimensión. Pero sin duda será impagable. Su permanencia da clara idea del cúmulo de líneas de alta tensión que desembocan y son manejadas por la oficina de este funcionario. Se habla entonces no sólo de los negocios particulares, sino de la misma concepción en que éstos se desarrollan y fundamentan. El modelo de gobierno vigente que los ampara se adentra en una crítica zona de cuestionamientos. La desembocadura de tales hechos son capaces de constituirse como ejemplo del torpe accionar del gobierno, beneficiarios y aliados en su totalidad. Esto precisamente formará parte sustantiva de la disputa y discusión que espera a la vuelta de unos pocos meses.
La lucha electoral venidera estará plagada de sucesos como el del Paso Exprés y sus derivadas consecuencias. Es posible que, un tanto más adelante, el señor Ruiz Esparza pueda ser removido de su crucial puesto ante la ola de indignación levantada desde diversos ámbitos de la sociedad. Pero el daño adicional a la ya poca credibilidad y la deshonesta conducta de la administración en su conjunto, en buena parte está hecho. Es difícil, para un ciudadano común, imaginar el cúmulo y, sobre todo, los montos de los negocios ilícitos que circulan alrededor de la obra pública. Tal enredo sólo puede alterarse por una catástrofe impensada. Pero, éstas suceden y son, por lo demás, casi obligadas cuando se empollan dentro de un medio ambiente tan contaminado y decadente como el actual.
Muy a pesar de los ya arraigados sentimientos ciudadanos, que no terminan de procesar tan desagradables acontecimientos, las élites se embarcan, con increíble desparpajo, en otros menesteres para ellos más urgentes. El centro de sus preocupaciones queda identificado: la obligada continuidad del estado de cosas. Requieren, por tanto, dilucidar varias incógnitas que hoy los apremia y acongoja. Una se refiere al perfil del personaje que habrá de manejar los futuros asuntos de alto octanaje donde, parte sustantiva de la élite política y empresarial, tienen apretada pero jugosa cabida. Desean seguir el sendero, para ellos exitoso, de asegurar, de antemano, el triunfo en la muy complicada elección federal venidera. Tal personaje deberá tener clara conciencia del compromiso y la dependencia que deberá asumir ante sus patrocinadores. De ello depende que, como en el Edomex, se puedan canalizar los masivos recursos (de variada índole) que lo pongan dentro de la competencia con suficiente ventaja. Las oportunidades que visualizan son reducidas, si a caso tienen uno, a lo sumo dos, personajes para escoger. Antes de ello deberán evitar cualquier brote de inconformidad entre los cuadros intermedios y, sobre todo, factibles quiebres en la base de votantes del priísmo. Este partido es, para el grupo decisorio,la primera opción de vehículo electoral. Pero no descartan otras en formación. Lo decisivo para la élite de mando (pública y privada) es contrarrestar la emergencia, cada vez más solida, de una disidencia alterna que ponga en relativo riesgo la continuidad del modelo vigente.