orberto Rivera, el pastor del poder, es el título del libro de editorial Grijalbo que recién se está posicionando en los anaqueles de las principales librerías del país. Yo lo coordino y reúne ensayos originales de Alberto Athié, María Eugenia Jiménez, Guadalupe Loaeza, Fátima Moneta, Marilú Rojas Salazar, Mónica Uribe, Rodrigo Vera y Jenaro Villamil. Con un espléndido prólogo de Denise Dresser, que se ha reproducido recién en dos semanarios. No es un libro que busque una falsa neutralidad; por el contrario, son textos bien documentados que cuestionan con fundamentos el ejercicio episcopal del cardenal Rivera. Usted verá que los trabajos se construyen desde diferentes disciplinas y metodologías, propias de los calificados autores.
Dicho de otra manera, la trayectoria del cardenal es analizada bajo diversas lupas y distintas temáticas. Son miradas críticas de la conducción de un personaje que en nombre de la ortodoxia moral de la Iglesia ha provocado antagonismos, enconos y ha sido el ojo de muchos huracanes de escándalos mediáticos, como infiere el ensayo Jenaro Villamil. No es un libro anticlerical ni mucho menos anticatólico son reflexiones que desnudan los excesos en los vínculos entre el poder secular con el religioso. La mayor parte de los autores son católicos y en ningún momento intentan calumniar al cardenal. Los autores no somos enemigos jurados de la Iglesia ni talibanes laicistas que pretenden satanizar al clérigo más poderoso de la Iglesia mexicana en las dos últimas décadas.
Los relatos de persecución le encantan al cardenal y a sus corifeos. Los ensayos, en cambio, examinan con seriedad el itinerario del cardenal Rivera, develan la actuación del actor conservador con mayor jerarquía en la Iglesia. Sus querellas financieras y centaverías son analizadas acuciosamente por Mónica Uribe. Más para mal, Norberto Rivera ha marcado la imagen de la Iglesia contemporánea. Nos ha habituado a su tradicionalismo, intransigencia social, clericalismo político y sistemática condena moral a la causa de las mujeres, los homosexuales, los no creyentes, las parejas igualitarias y de las minorías como lo denuncia en el libro la teóloga feminista Marilú Rojas. Norberto ha recurrido al reproche y chantaje hacia políticos liberales que legislan desde la laicidad. Rivera es el rostro enfadado de los obispos mexicanos. Ha logrado, a pulso, que el episcopado mexicano sea considerado uno de los más conservadores de América Latina. Sin embargo, el rasgo más reprochable en la trayectoria de Rivera es su encubrimiento a la pederastia clerical, su relación y defensa abigarrada que hizo del sicópata pederasta Marcial Maciel y sus acaudalados legionarios de Cristo. Alberto Athié detalla los vínculos orgánicos entre Maciel y Rivera. Hablar del cardenal Norberto es referenciar también la impunidad y del fuero religioso como una regla no escrita en la cultura política mexicana. Rivera es intocable no sólo por su condición de alto clero, sino por su relación de hermandad secular con el poder. De ahí otro reparo que se levanta ante el arzobispo es su ambiguo posicionamiento frente a una cultura contemporánea.
Por un lado la crítica de hedonista, consumista y relativista, alejada de Dios y, por otro, se sirve de ella. Es bien sabido que Norberto se instala a lado de las élites con confort y descaro. ¿El cardenal Rivera cuestionará la orientación materialista de la sociedad al viajar en los jets privados de sus amigos empresarios? Doble discurso, doble moral. Al mismo tiempo usa las sucias reglas de la clase política para construirse una trayectoria de poder, alejándose de su misión pastoral. Opta por los ricos y desdeña a los pobres. De ahí viene, del marginado mundo indígena, le reprocha Guadalupe Loaeza, su mundo marginal de donde proviene ha pasado al olvido bajo los efectos de vinos caros, manjares suculentos y vínculos de complicidad con los círculos de poder. No es casualidad que mayoría de los ensayos han sido redactados por mujeres. Precisamente porque el discurso moral y cupabilizador del cardenal las ha agredido de manera particular, cuestionando el feminismo, haciendo un absurdo llamado para que la mujer deje el trabajo, regrese para ser esposa, madre y cultivadora de los valores de la familia. Desde 2000, encuestas revelan la incomodidad de las jóvenes mujeres capitalinas a las posturas anticuadas de la Iglesia sobre su cuerpo, sexualidad y desarrollo profesional
Es un libro de crítica eclesial, ante un estilo de conducción que ha provocado continuos choques tanto con la sociedad, las autoridades seculares, como dentro de la Iglesia. Rivera desplegó intransigencias y cosechó tormentas. Encajó rudezas y provocó escándalos. Los autores sustentan con hechos, los excesos y extravíos del cardenal Norberto.
Más allá de la denuncia, el libro plantea el desencuentro del México moderno con el recetario rancio de un arzobispo gruñón que cree apacentar a su rebaño con reproches y regaños. Este arzobispo muchas veces se vio rebasado en grandes debates culturales en torno al aborto, los homosexuales y las parejas gay. No debatía, entraba a la escena púbica con la espada de la descalificación tajante. No sólo es un problema de doctrina, sino de actitud. Tampoco es la contrariedad en los dogmas, sino la incapacidad de dialogar; es la cerrazón en nombre de los dogmas ante una realidad cultural dinámica y cambiante. A Rivera no sólo se le reprochan contenidos tradicionalistas, sino la incongruencia de ser implacable hacia fuera pero moralmente laxo al interior de una estructura religiosa colapsada. En el fondo, y esa es la tesis de la investigadora Fátima Moneta, es el fracaso de un modelo eclesial emanado de los principios de una Iglesia de masas, sacramental, triunfalista, mediática, autorreferencial e impregnada de un arcaico clericalismo.
El ciclo de Norberto Rivera ha concluido, independientemente de la decisión y el tiempo que le tome al papa Francisco para hacer efectiva su renuncia. Y, en definitiva, la pregunta más importante que flota en cada uno de los ensayos es qué tipo de perfil religioso, cultural y, sobre todo, pastoral requiere el sucesor para la Ciudad de México. ¿Un hombre de poder con rígido juicio doctrinal o un pastor con espíritu evangélico?