o es fácil saber cuál de las dos reformas estructurales, la energética o la educativa, ha causado más daño; una arrebata bienes materiales que manejados con honradez podrían servir para que la población tuviera lo necesario para vivir con lo suficiente y hasta con cierta holgura, la otra arrebata el futuro, condenando a niños y jóvenes a la dependencia, la falta de preparación, el conformismo y la sumisión.
La SEP simula grandes avances en programas mediáticos en los que gasta millones de pesos y mientras el titular aparece varias veces a la semana en televisión y en las primeras páginas de los periódicos rodeado de niños, el pueblo de México, en esta materia, se enfrenta a un futuro nebuloso y equívoco. Inútilmente se trata de convencer a la opinión pública de que esta reforma, la de Peña Nieto y Nuño, será la panacea para que en un futuro siempre impreciso, estemos todos al cien
en educación y seamos competitivos
.
Lo cierto es que no hay bases para confiar en esos alardes de optimismo futurista y la verdad se abre paso por dos caminos; uno, la resistencia de la CNTE que no se rinde y procura informar la verdad a la población y otro, menos conocido y más oculto, que es la experiencia directa de alumnos y padres de familia que viven día a día la realidad y perciben que vamos hacia un futuro dependiente del exterior y a una mediocridad generalizada. Estamos ante un fracaso; lo que debe ser una verdadera educación, formadora de niños y jóvenes informados cabalmente de su entorno, conocedores de su historia y ubicados en el mundo que los rodea, alumnos formados con valores del espíritu y convicciones de solidaridad y amor a la patria no se ve por parte alguna y la pretendida reforma ni informa ni menos forma a los estudiantes.
Su finalidad, más allá de la simulación, es someter a los maestros, que son por su formación líderes de sus comunidades y espíritus libres y abiertos, y eludir la gratuidad y la universalidad de la educación que garantiza el artículo tercero. Este precepto, que debiera ser conocido por todos, todavía ordena (no se han atrevido a cambiar esto): Todo individuo tiene derecho a recibir educación
y toda la educación que el Estado imparta será gratuita
.
Estos derechos son los que la reforma pretende escamotear; rechaza a millones de aspirantes a la educación media y superior y obliga a que el costo de la educación primaria y secundaria en planteles públicos sea cubierto por los padres de familia y la comunidad.
Mientras la SEP gasta cantidades enormes en publicidad, giras y eventos ostentosos, los padres de familia y en especial las madres, tienen que escamotear algo de su economía doméstica para pagar útiles escolares y libros y hasta escobas y cubetas, por que la SEP se concreta a aportar los inmuebles que ya existen, más no da mantenimiento ni proporciona a los educandos nada de lo que requieren en una escuela digna y completa; hasta el papel del baño tiene que salir de las cuotas de los padres y de los pequeños negocios que con grandes sacrificios emprenden maestros y padres.
El descuido es generalizado; de vez en cuando los medios de comunicación nos muestran ejemplos extremos. La secundaria 51 Carlos Benítez Delorme de la delegación Benito Juárez de la Ciudad de México, cuya historia triste he seguido, fue derruida en 2011 con intenciones obscuras y desde entonces, los alumnos toman clases en barracas improvisadas y sin servicios elementales, la reconstrucción, gracias al empuje de los padres de familia, va avanzando lentamente, pero aún faltan 40 millones para concluir la reconstrucción, menos de lo que cuestan unos minutos de presencia del secretario ante la televisión.
En otro rumbo también de la capital, en el Centro Histórico, la escuela Miguel Serrano, en las Calles de Cuba, sufrió un daño que habría sido muy fácil reparar a tiempo si se diera al edificio un mantenimiento mínimo; los medios informaron que se colapsó el techo por la humedad y se derrumbó con unos tinacos incluidos sobre un salón de clases, afortunadamente en hora de receso. Hay muchos ejemplos más.
Mientras la SEP presume de sus reformas, evaluación de maestros –bien tachada de punitiva–, escuelas al cien y nuevos programas, la realidad nos muestra que vamos por mal camino y que es indispensable volver al estado solidario y educador que impulsaron José Vasconcelos, Moisés Sáenz y tantos otros. Nuestros niños y jóvenes deben de aprender sin costo para sus familias, historia, geografía, lengua nacional y civismo; deben formarse en el arte, el deporte y la curiosidad por el saber; debemos abandonar el proyecto que pretende entrenarlos para la docilidad y la uniformidad.
Un reciente libro con datos duros, cifras y razonamientos, El fraude de la reforma educativa, de Manuel Bartlett y Luis G. Benvides enfrenta la simulación y la propaganda y hace evidente la intención equivocada y nada patriótica de la malhadada reforma.