uestros autores (LM) combatieron el esencialismo de clase mediante un análisis minucioso del concepto gramsciano de hegemonía; y siguiendo a Polanyi examinan las transformaciones del capitalismo desde mediados del siglo XIX en los países desarrollados, sin perder de vista la incorporación de sectores populares a los beneficios creados por el desarrollo capitalista. Este hecho histórico puso en cuestión la tesis de Marx de la existencia de una sociedad cruzada por dos clases enfrentadas por un antagonismo esencial que sería definitivamente determinante de la historia política de los países centrales.
Además, la lectura atenta de la revolución rusa muestra la pluralidad de los actores protagonistas del asalto al Palacio de Invierno. Ni qué decir de los frentes populares y multiclasistas que articuladamente combatieron al fascismo.
Los populismos latinoamericanos, asimismo, configuran un arquetipo de multiclasismo que muestra que las diferencias entre sectores sociales en movimiento no son necesariamente antagónicas. La multiplicidad de intereses económicos y políticos pueden confluir y construir una plataforma común y actuar de consuno, llevando consigo las diferencias internas de un bloque popular, derivadas de la heterogeneidad de los reclamos.
Ernesto Laclau y Chantal Mouffe afirman la primacía de la negociación política entre los sectores populares por sobre el determinismo económico al configurarse las alianzas multiclasistas, lo que no excluye que esas articulaciones políticas se den en torno a la clase obrera. En palabras de J. A. Figueroa, “las identidades y las alianzas políticas tienen un alto grado de indeterminación y de eventualidad que se reduce sólo en la medida en que alguno de los estamentos tenga capacidad de que sus reclamos o intereses particulares alcancen a ser asumidos por los otros sectores. El logro que tiene un estamento o un sector –que normalmente es de carácter multiclasista– depende de la capacidad que tenga de lograr que su reclamo sea equivalente al reclamo de otros sectores particulares”.
Laclau y Mouffe apuntan que la política se da en el campo de lo simbólico. Por ese motivo subrayan la importancia que tienen para Gramsci los distintos campos de la cultura, la educación, la profesionalización, las artes, como ámbitos que permiten a la clase empresarial y la élite política hacer de su interés particular un interés general. En la conformación de un bloque popular puede ser hegemónico cualquier sector social, basta con que cualquiera pueda hacer que su reclamo particular sea equivalente a los reclamos particulares de otros sectores populares.
Esta noción de lo político opera de la misma manera al crearse el bloque dominante, dentro del cual puede ser un sector retardatario el que se convierta en hegemónico si es capaz de articular los intereses de otros sectores sociales del campo dominante.
Un escenario donde existe con igual posibilidad la hegemonía por parte de sectores retardatarios o progresistas de la burguesía, o como sectores más retardatarios o más progresistas de los bloques populares, muestra que la política es un campo en permanente disputa, sin un fin determinado de antemano, como suponen los esencialistas.
Cito nuevamente a Figueroa: según Laclau y Mouffe la modernidad y el humanismo son las condiciones de existencia de la política, porque son las que permiten que las contradicciones se conviertan en antagonismos, ya que, al mostrar que el mundo es un orden producido por la sociedad y no un orden recibido de los dioses o la tradición, cualquier privilegio puede ser puesto en cuestionamiento o defendido mediante el uso de los medios culturales o la violencia o, dicho en otros términos, mediante el uso de la persuasión o de la coerción, lo que constituye las dos caras de la hegemonía
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En La razón populista, Laclau muestra cómo el populismo constituye una experiencia privilegiada para mostrar la indeterminación de lo social y el peso de la contingencia, y no el cumplimiento ineludible de un destino que trae consigo una clase concebida como esencia.
Así, Ernesto Laclau define el populismo como una forma de construir lo político, consistente en establecer una frontera política que divide la sociedad en dos campos, apelando a la movilización de los de abajo (que se asocian en un bloque que ha agregado sus demandas heterogéneas, que por ello sólo tienen en común el reclamo de lo incumplido) frente a los de arriba. El populismo, por tanto, no es una ideología y no se le puede atribuir un contenido programático específico. Tampoco es un régimen político y es compatible con una variedad de formas estatales. Es una manera de hacer política que puede tomar formas variadas según las épocas y los lugares. Surge cuando se busca construir un nuevo sujeto de acción colectiva –el pueblo– capaz de reconfigurar un orden social vivido como injusto.
El intento de construir la frontera aludida, exige determinar claramente un nosotros y un ellos, los adversarios; y definir la relación entre esos campos, que en cada lugar y tiempo es, por necesidad, distinta.
A partir de ahí, un bloque populista tiene una tarea ciclópea: su asunto es disputar la hegemonía a la élite dominante, para ganar las instituciones. El populismo, no tiene un programa específico; pero un movimiento populista específico, sí que requiere un programa político para disputar la hegemonía. Es preciso disputar desde el significado de las palabras, por ejemplo: populismo; porque el sentido de la palabra lo otorga una totalidad discursiva. Una a una léase en profundidad cada palabra del discurso hegemónico de la élite económica y política, cuya totalidad discursiva hoy es el neoliberalismo.