as pasadas elecciones, en especial las del Edomex, derivaron en expansivo rebumbio entre la élite política y mediática central. Medios completos dedicados con fruición intencionada a escudriñar formas para el éxito o fracaso futuros. Analistas de variada gama centrados en las derivaciones –numéricas y cualitativas– reveladoras de mañanas inciertas. Multitud de columnistas, enzarzados en dibujar escenarios, oscuros o claros y nombrar, con aparente valentía instantánea, abiertos o embozados candidatos que ya reúnen una, acaso dos, docenas de suspirantes. Desentrañar pasiones políticas parece ser grácil tarea actual. Un frágil gobierno federal y baja estima por la figura presidencial lo propician. No se han dejado de señalar tampoco las movibles circunstancias en que ocurrirán los combates previstos o, puntualizar, bajo cuales de ellas identificar los deseados triunfadores. De pronto aparece, en tiempo presente, un tal frente opositor o democrático. Los perdedores, sin sorpresa alguna, han sido en múltiples voces monopolizados tanto por Morena como por AMLO. Una que otra mención toca de refilón la más que evidente decadencia del PRI. Sin ningún rubor, sin embargo, se le sigue otorgando una sólida condición de rival a vencer. Tela de dónde cortar, qué duda cabe, ha sobrado.
Casi esfumadas en la corta bruma del reciente pasado han quedado las apuestas sobre la famosa segunda vuelta
. Un dechado de virtudes electorales que darían sólida capacidad de gobernar con las deseadas mayorías, se alega con suficiencia. Por apoyo difusivo para esta temática tampoco ha quedado. A pesar de ello, dicha propuesta se va diluyendo en espera de una mejor ocasión para darle el jalón definitorio que merece.
Llegó entonces el momento de escarbarle a las alianzas y las coaliciones. Y aquí, al parecer, hay abundante materia para echarle encima un montón de masa cerebral. Al parecer no basta mes difusivo empleado. Penetrar hasta la médula o el cansancio –lo que llegue primero– en las implicaciones de éste, que bien puede llegar a ser, señero fenómeno político se impone como consigna. Solemnes reuniones partidistas han sido necesarias para apuntalar posturas de gran aliento, por lo demás inminentes. El PAN ha hecho y repetido las suyas. En sendos encuentros de llamados amigos
, los rivales poco contienen sus ríspidos ánimos encontrados. Los pronunciamientos sobre alianzas o coaliciones más parecen distractores mientras maduran las ambiciones de su dirigencia formal. Saben, los panistas, que solos no podrán ganar y buscan, en redondeos torpes, las muletas indispensables. La atrincherada burocracia partidaria del PRD es su esperanza.
Las tribus mayoritarias del perredismo no se quedaron atrás y se sumergieron en debates y ponencias. Ellas no son integradas por ambiciosos cualquiera es su constante presunción. Es posible que tal esfuerzo organizativo de dichos partidos preceda a humaredas sin mayores consistencias y, menos aún, consecuencias. Pero ahí están ya los adalides partidistas apuntando hacia un futuro de glorias para ser arrebatadas al destino. Ir reuniendo fuerzas, al menos discursivas, es un inicio que proclaman prometedor. Quiénes y cómo se coligarán es el itinerario y el propósito que va quedando sembrado en el imaginario colectivo. Y a tan prolija siembra se dedican las mejores mentes y los espíritus más aguerridos con los que cuenta la grilla nacional. Mucho de lo elucubrado deviene de la estadística electiva del Edomex. El triunfo se debió, va cimentándose por repetición como puntal inamovible, a la alianza integrada por el priísmo. La derrota tuvo que resentirla Morena por despreciar ir en coalición amplia de izquierda. La culpa, de nueva cuenta, se asienta como nueva posverdad, es debida a la soberbia obradorista. Como si unirse con el con la ADN (PRD de Neza) hubiera sido posible ante los amarres, a precio por demás fijo y alzado, de Eruviel y Peña con el señor Bautista. Los dados estaban cargados con un peso nada despreciable y sí muy atrancado. Nada hubiera podido hacer el que ahora es catalogado como rutilante candidato sorpresa de esa tribu: el encumbrado J. Zepeda. La derivada de todo este melange es casi evidente por sí misma: quien no vaya en coalición corre a su debacle en 2018.