ay indicios para pensar que el fracaso del socialismo en un solo país
no ha sido asimilado por las izquierdas de estos tiempos recientes. De una u otra manera se sigue insistiendo en las luchas nacionales contra el capitalismo y también en el antimperialismo. Parece olvidarse que mientras el capitalismo mundial sea hegemónico, por muchas contradicciones que tenga, todos o casi todos estamos ligados a él, aunque sea por el consumo de sus productos, pero también por la producción que, a fin de entrar en el comercio, cae en la tramoya del capitalismo con la consecuente subordinación a éste.
El antimperialismo, por ejemplo del gobierno venezolano, es relativo (para no decir discursivo), pues el principal comprador de su petróleo sigue siendo Estados Unidos (recuérdese que “Venezuela –que posee las mayores reservas del hidrocarburo del mundo– exportó en 2016 a EU 30% de su producción”, El País, 29/05/17). En los Altos de Chiapas, la sociedad civil Las Abejas produce café y éste es exportado a Estados Unidos, Japón, Bélgica y Suiza, entre otros países y 25 por ciento de su producción se vende en México (El Financiero, 26/08/14). Algunos de esos destinos comerciales son imperialistas y, desde luego, todos capitalistas. Y así podría citar muchos ejemplos más incluso de Cuba, país que para algunos es socialista (y que rigurosamente hablando no lo es).
Me parece muy bien que se siga insistiendo en crear conciencia anticapitalista y antimperialista entre la población de este y otros países. Pero no veo vestigios de que tal conciencia esté creciendo en México u otras naciones, ni siquiera en Venezuela, donde la oposición al gobierno lejos de disminuir sigue ascendiendo. Peor aún, los intentos de organización política en torno al anticapitalismo como eje de lucha, están muy lejos de demostrar un cierto grado de prosperidad y de arraigo extendido y no coyuntural. Quizá porque ha faltado una convincente explicación del cómo lograrlo y de los beneficios que teóricamente traería a la población mayoritaria que, por muchos esfuerzos que haga, no logrará abstraerse del mercado mundial ni siquiera en los pocos productos de consumo personal o de comunidades indispensables para preservar sus alimentos o comunicarse con el exterior (refrigeradores, estufas, televisores, computadoras, vehículos de combustión interna, etcétera; todos ellos producidos y comercializados por empresas trasnacionales o sus filiales).
El socialismo en un solo país o en una región de un país, por autónoma que diga ser, no será posible, a mi juicio, mientras dicho socialismo no sea mundial o por lo menos hegemónico en el sentido de mayoritario. Para mí los países que todavía se autodenominan socialistas son más bien de orientación socialista y, por desgracia, cada vez más cercanos a la lógica capitalista. China es un buen ejemplo, pero Cuba no está muy alejada de esa situación. ¿No es un absurdo la apertura de un centro comercial de lujo en La Habana que vende productos que un cubano con salario promedio de 30 dólares al mes no puede comprar? ¿No es absurdo que uno de los países con mayor número de automóviles de super lujo (de más de un millón de dólares) sea China y que parte de su burguesía (extraña categoría en un país que dice ser socialista) forme parte también del Partido Comunista? Si a desigualdades sociales vamos, éstas son menores en los países capitalistas de Escandinavia que en China que sigue denominándose República Popular. ¿Habrá cursos de marxismo en las universidades chinas para fomentar una conciencia anticapitalista?
Se me podría decir que una cosa es la conciencia anticapitalista y otra muy diferente rehusar a los productos y ventajas del capitalismo. Y estaría de acuerdo. Pues no se trata, como demandaran algunos izquierdistas en el ya casi olvidado Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo de 1996, de regresar al estado natural y desechar miles de años de civilización o como quiera llamársele a la evolución del ser humano y su producción científica y tecnológica. Pero ahí no está la contradicción principal, sino en apoyar o no a los empresarios y políticos que usan su poder para mantener, en su provecho de clase y sus privilegios, la pobreza y las desigualdades sociales, además de la dominación de unos sobre otros. A mi juicio, estas distinciones son las que definen a las izquierdas de las derechas y no sólo si unos son anticapitalistas y antimperialistas y otros defensores del statu quo. De aquí que no me parezca suficientemente calificada la opinión de que todos los partidos, por ser parte del sistema, son lo mismo porque no contradicen las bases del capitalismo que nos permea y domina, reformistas
, los llaman algunos con un deje peyorativo hasta en el tono, pero ¿qué sería hoy un partido revolucionario? ¿Basta decirse anticapitalista y antimperialista para serlo? ¿Es suficiente ser popular en su conformación, o indígena para el caso? Y en caso afirmativo, ¿no se corre el riesgo de ser excluyente de quienes no sean pobres ni indígenas? Alguna vez participé en un debate sobre una consigna
del EZLN que proponía la exclusión de los militantes del viejo PRD en la formación del Frente Zapatista de Liberación Nacional (que nunca cuajó, por cierto) pero no de los pequeños empresarios. Yo argumenté (y seguiría diciéndolo) que entre los militantes de los partidos, y no sólo del antiguo PRD, había trabajadores y explotados y que los pequeños empresarios con frecuencia eran más explotadores que los grandes, entre otras razones porque no les daban seguro social a sus trabajadores y les escamoteaban el pago del salario mínimo.
En suma, el voluntarismo como idealización de la realidad y la visión blanco/negro, no parecen ser la mejor manera de interpretar el mundo que vivimos y sus deseables cambios.