La explicación oficial de la tragedia es que un cortocircuito provocó el incendio
Esta vez la palabra terrorismo fue descartada, pero el temor está latente
Jueves 15 de junio de 2017, p. 35
Londres.
Son tantas las tragedias que se han sufrido, tantos lutos acumulados, que aquí ya no se llora a los muertos, ya no hay lágrimas, sólo silencios que esperan con asombrosa resistencia algo que confiesan entre susurros: el próximo ataque
.
Esta noche del miércoles, la torre de 24 pisos, habitada principalmente por migrantes, aún humea. Los nombres de los cuerpos identificados son Alí, Mary, Mohamed y Motulu, entre otros que no guardan los sonidos del inglés clásico. La voz oficial habla de 12 muertos, pero nadie supone que quedará en esa cifra. Los rescatados fueron 65, asegura uno de los miembros del ejército de 200 bomberos que actúan con toda libertad en un radio de 15 cuadras que han sido cerradas y donde se desalojó a la gente, que ahora empieza a regresar a sus casas.
Esta vez la palabra terrorismo parece prohibida. La explicación oficial de la tragedia es un cortocircuito, un descuido de las autoridades que no revisaron las normas de seguridad de la torre desde hace cuatro años, y que pudo haber provocado el incendio, pero nadie se explica cómo fue que el fuego corrió tan rápido, tan mortífero, en unos cuantos minutos.
El lugar está alejado del centro de Londres, cerca de Notting Hill, en Kensington, un barrio que en las elecciones pasadas, es decir, hace unos cuantos días, votó por primera vez en favor del Partido Laborista. Los taxistas no quieren acercarse; se habla de un lugar peligroso, dicen, y niegan el servicio que lleva entre 40 o 50 minutos, pero en los alrededores de la Torre Greenfell, destruida por el fuego, decenas de personas han acudido a los centros de ayuda del barrio a llevar agua, alimentos y apoyo moral a quienes perdieron sus departamentos.
Muestras de solidaridad
En esos centros hay letreros que advierten que si existen vecinos que quieran ofrecer algún lugar a quienes no tienen techo, llamen a un número escrito con azul sobre una cartulina, para entrar en contacto con quienes soliciten un espacio para dormir, y sí, algunos ya se colocaron cuando menos para descansar esta noche.
Cobijas, agua, comida enlatada, lo que podríamos llamar centro de acopio, casi se ha llenado. Carmen, colombiana de nacimiento pero que ha vivido aquí casi desde siempre no se explica qué pasó; sin embargo, advierte que la vida sigue, que no hay que hablar de lo que duele, aunque los ojos se le caen de tristeza.
Y no, el asunto es que eso del terrorismo no se quiere tocar, aunque en los costados de los taxis estén pegados los anuncios que ofrecen un número telefónico seguro para que se denuncie, dice el pegote, a quien parezca sospechoso
, en la línea en contra del terrorismo que funciona en esta ciudad, y también piden tranquilidad a quien aborda el vehículo.
De cualquier forma, lo sucedido en Manchester y Westminster ha dejado lecciones claras que por el momento no se darán a conocer, pero de las que ya se habla en todas partes y que suponen el fortalecimiento de las medidas de seguridad en toda la ciudad.
Algo pasa en Londres, nada falta; las grúas siguen trabajando con obsesión para levantar más y más edificios, los hombres piensan en más riquezas, pero como que Londres no es igual, y ni siquiera es por los militares, que en traje de campaña y armados hasta los dientes se colocan a las puertas del tren de París a esta ciudad, sino porque hay una inquietud manifiesta que no permite tener sosiego, tal vez sea la seguridad en entredicho constante.
Mañana será otro día y los 400 mil trabajadores del distrito financiero de Londres, como todos los días, habrán de comprar un café y un sándwich como desayuno, y luego se reiniciará la cuenta regresiva de la que ellos no hablan en la triste espera de que llegue el siguiente ataque.