onfieso que cuando, en las pasadas elecciones presidenciales, la candidata del Partido de Acción Nacional (PAN), reconocido por su recato y resistencia a ciertas libertades y usos del cuerpo femenino, pidió a sus agremiadas que recurrieran al cuchi cuchi para conseguir votos, pensé que la directiva blanquiazul le soltaría una reprimenda, que las organizaciones muy católicas que lo avalan armarían un escándalo y que al menos las feministas más aceleradas se pararían de pestañas.
No acabo de entender –o preferiría no hacerlo– por qué no sucedió así, al menos para taparle el ojo al macho si era el caso de que sus preferencias fuesen por el ala conservadora de la política mexicana. Sabemos que las organizaciones muy clericales serpentean con facilidad y son capaces de cualquier cosa, pero estoy seguro de que la cúpula del PAN de antaño, con aquellos señorones, hubiera actuado con mayor coherencia.
Pero lo que nos resultó a muchos incomprensible es que las feministas pasaran por alto la ofensa de que se les pidiese a las mujeres servicios sexuales, aunque fuera con sus parejas –y no sé si también con sus amistades y demás, porque nunca se especificó–, a cambio del voto en favor de la candidata del PAN.
Lo cierto es que cuando pude asomarme a ver a las concurrentes a dichos mítines, llegué a la conclusión de que en caso de insistir en el cuchi cuchi podría salirles el tiro por la culata, dando lugar a que los agraviados prefirieran votar por el Revolucionario Institucional (PRI).
Tal vez sea ésta una de las explicaciones del triunfo tricolor ante el terror de tener que hacerlo con algunos de aquellos ejemplares.
En fecha reciente, al comenzar una conferencia en pomadosa institución capitalina empecé solamente con un estimados amigos
y un sector femenino del público me reclamó que prescindiera de su género. Comedidamente rectifiqué y dije: Estimados estudiantes y estimadas estudiantas
…
Aceptaron el empate, pero al final de mi exposición pregunté directamente por qué no había habido reacción algunos años atrás ante la propuesta indecorosa
de doña Josefina Vázquez Mota. Me miraron como si yo fuera un zopilote en estado de putrefacción, pero no obtuve respuesta de ningún tipo. No obstante, a la hora de ese ambigú tan elegante que sirvieron, muchas señoras reconocieron que el llamado de la ilustre panista había sido un error, pero justificable ante el descalabro que ya veía venir…
Quiere decir que a l’hora de l’hora se vale prescindir de los principios y de la decencia. Ello es totalmente cierto. Así lo prueba lo sucio de algunas campañas que han emprendido con frecuencia pocas veces los decentes
de Acción Nacional, sobre todo desde que llegaron los colados de la ultraderecha.
Lo cierto es que ahora que la señora se postula para gobernadora del estado de México todavía no ha recurrido al cuchi cuchi. Lo que no sabemos es si ello se debe a que recuperó el decoro o a que se dio cuenta de que con dicho material humano más bien tendría que perder votos.
A las feministas y los feministos de México.