Opinión
Ver día anteriorMiércoles 10 de mayo de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Continuidad neoliberal
L

a elección de Emmanuel Macron como presidente de Francia llenó de regocijo y calma a las dirigencias mundiales. Lo ven como uno de los suyos: empapado de neoliberalismo. Dará, qué duda, continuidad al modelo de gobierno imperante en casi todas las naciones del orbe. Los ha librado –a ellos y a otros muchos que temían su progreso– de la amenaza que representa la señora Le Pen con sus alegatos de un republicanismo extremo y xenófobo. Aunque habrá que añadir que uno de cada tres franceses ha votado por ella. Eso habla de que una parte considerable de los habitantes de ese viejo país se le han unido de manera entusiasta. En poco los disminuye precisar que forman parte de los que se sienten afectados, enojados, relegados por la globalidad en boga.

Macron, no hay que soslayarlo, alcanzó menos de un cuarto del voto ciudadano (23.75 por ciento en primera vuelta). Tomará posesión de la presidencia sin base partidista de apoyo, aunque busque captar, con prisa, a políticos disponibles. Ha prometido y, sin respingos mayores, le dará un enroque adicional a la famosa reforma laboral que ha sido fieramente cuestionada por los trabajadores de ese país. Una reforma que a los empresarios y élites ha colmado de facilidades y utilidades. Los ha hecho competitivos con el mundo, alegan sin reparar en que, en casi todas las economías, (incluyendo la mexicana claro está) la han replicado con puntualidad y exactitud inducida. Pero su audacia de joven emprendedor no queda en tan corto y único cometido. Dará cabida a serios recortes al Estado de bienestar francés, que tanto han presumido por aquí y por allá. Recordar su frase de que hay que dejar de proteger a los que no pueden es prudente por los significados que encierra. Tampoco se olvidará Macron de llevar a cabo adicionales privatizaciones, pues formarán parte sustantiva de sus promesas y seguro quehacer futuro. Tiene bien clavado en su esquema de ex banquero el propósito de recortar el gasto público para mantener los déficits a raya, tal como intentan hacer todos los países que rodean a Francia. No dudará de sostener tiranos, intervenir y guerrear en la África antes colonizada por Francia. Y así se puede extender el análisis ante lo que les espera a todos aquellos que lo votaron, junto con los que no lo hicieron. Con este somero recorrido por los bien conocidos componentes del credo neoliberal queda bien cimentado el talante de este nuevo adalid, un excelente cachorro de tan insigne modelo. Uno que ha inoculado en Francia, como a otras muchas naciones, dolencias por doquier: con la desigualdad por delante, muy a pesar de la fuerza que aún mantienen sus organizaciones sociales y sindicales.

Los franceses optaron por no cambiar, dieron vigencia al supuesto de que más vale mal conocido que un arriesgue populista. La Europa común seguirá adelante capitaneada por el dúo franco alemán y su famoso austericidio. También los burócratas aposentados en Bruselas dormirán apaciblemente y los británicos tendrán que negociar frente a un tinglado sin las temidas fisuras. Las opciones de un cambio sustantivo, como las que adelantó el señor Melenchon, quizá la mejor estructurada de todas las presentadas al electorado francés, quedaron pendientes. Aunque, y para desconcierto de las élites, no han salido del imaginario colectivo y tendrán un papel determinante: las venideras elecciones legislativas habrán de darles cabida.

Buena parte de la audiencia local y de muchos rincones del mundo esperaban –y seguirán esperando– un planteamiento que pusiera énfasis en varios de los nocivos efectos, directos y colaterales, del citado modelo. Con ello se entiende el crucial de todos: la desigualdad. Es casi redundancia decir que tan maligna realidad no sólo ha permanecido como la peor y más dañina consecuencia de las políticas y los programas de prácticamente todas las economías del mundo, sino que se ha incrementado. Pasar revista de las causales de la desigualdad es poner el dedo sobre lacerantes problemas actuales. Aún así, habrá que hacerlo. Se tiene entonces que hablar sobre los salarios y los ingresos familiares además del requerido análisis sobre la riqueza. La evidencia de la merma adquisitiva padecida por los salarios es abrumadora. En México es un asunto que ya no puede soslayarse. Forma parte de las tribulaciones ciudadanas más candentes. La misma planta productiva no puede crecer debido a la pobreza evidente de los salarios vigentes. Los ingresos familiares también se han afectado como resultado de las políticas (reformas estructurales, las llaman). Todas ellas tienen su papel a desempeñar para causar el desbalance que se viene documentando. En este relato, los ingresos de los situados en la cúspide poblacional no sufren merma. Por el contrario, se mejoran con el paso de los días y años. Los de abajo sufren las privaciones de su escaso poder negociador. Sólo las clases medias han visto algo de equilibrio aunque sea poquitero, temporal y debido a la inclusión de las mujeres al mercado. Es en la riqueza acumulada (capital y sus rentas) donde estriba el meollo de esta desgraciada cuestión. La acumulación de riqueza no sólo es desigual, sino que acelera su concentración. El cambio, en sociedades duramente afectadas por el modelo vigente –y la mexicana es prueba fehaciente de ello– se impondrá más temprano que tarde.