inco personas murieron y 40 resultaron heridas en un ataque perpetrado en las cercanías del Parlamento británico en la tarde de ayer. El atacante embistió con una camioneta deportiva contra quienes se encontraban fuera de las vallas que circundan el complejo del Palacio de Westminster, para después descender del vehículo y agredir con un cuchillo al policía Keith Palmer, de 48 años, quien falleció como resultado de las heridas. El responsable fue abatido por otros agentes cuando en apariencia buscaba acercarse a las puertas del Parlamento, donde la primera ministra, Theresa May, sostenía la habitual sesión de los miércoles con diputados opositores.
Aunque hasta el cierre de esta edición lo único que se sabía del atacante es que era un hombre de mediana edad armado con un cuchillo, quien actuó solo
, el hecho fue condenado como un acto terrorista y desató un despliegue armado de grandes proporciones en la capital británica. Estas reacciones se explican en el contexto de alerta generado el martes 21, cuando Gran Bretaña se unió a Estados Unidos en un veto que prohíbe introducir en cabina dispositivos móviles mayores que un teléfono celular –tabletas y computadoras personales– a los vuelos provenientes de Turquía y de 10 aeropuertos ubicados en países árabes, medida con un tufo islamófobo difícil de ocultar. Además, la agresión de ayer debe contextualizarse en el aniversario de los atentados reivindicados por el Estado Islámico, los cuales hace un año dejaron 32 víctimas mortales en el Metro y el aeropuerto de Bruselas.
La reacción inmediata del gobierno británico y el trato que en las primeras horas recibió el ataque de Westminster permiten prever que, con casi total seguridad, este lamentable episodio exacerbará la intolerancia ya de por sí instalada en buena parte de los ciudadanos del Reino Unido, con el potencial riesgo de una verdadera cacería de brujas, cuyas consecuencias son impredecibles. En este sentido, cabe recordar que los partidarios del proceso de secesión de la Unión Europea enarbolaron la xenofobia como uno de los principales estandartes del llamado Brexit, y que fue este discurso el que triunfó en el referendo del 23 de junio de 2016, victoria electoral que desató una oleada de discriminación semejante a la experimentada en Estados Unidos tras el triunfo en la campaña presidencial del magnate Donald Trump.
Debe evitarse la tentación de responder al ataque homicida de ayer mediante indeseables estrategias represivas, no sólo porque éstas tienen gran número de víctimas entre los inocentes, ni porque en los hechos alimentan la propaganda de las organizaciones extremistas, sino porque, además de sus elevados costos humanos, tienen una eficacia probadamente nula en el logro de sus objetivos. Esto último debiera resultar obvio para todos los gobiernos y sus instituciones policíacas: ni la más invasiva política de seguridad puede prevenir que quien desea hacer daño tome un cuchillo o un vehículo para lanzarse contra otros seres humanos.
No queda sino hacer un llamado a resistir los impulsos autoritarios y las represalias –directas o indirectas– contra una comunidad por los actos de un individuo o un conjunto de ellos. Para reducir la incidencia de actos tan repudiables como el atentado de ayer, no queda más camino que el del diálogo y la reconstrucción del tejido social.