os momentos más intensos de la política en una democracia son, desde luego, los de la campaña electoral de los candidatos a la presidencia. Puede agregarse que son también los más teatrales de estos actores. Los mejor capacitados pueden pasar del papel de histrión al de un trágico… el cual, en ocasiones, al sobreactuarse, arranca las carcajadas, cuando no le caen huevos podridos lanzados por el público que expresa su indignación.
En Francia, la campaña electoral se halla en pleno apogeo. La pasión es tal que incluso los niños expresan sus opiniones, a veces menos insensatas que las de los adultos con derecho al voto, con un lenguaje más coherente que el de los políticos. Y éstos no dejan de provocar la carcajada inocente de los chiquillos al ver desnudos a los pretendientes, como sucede en el sugerente cuento Los nuevos ropajes del emperador, de Andersen.
Los papeles son variados y pueden intercambiarse, pero todos los personajes corresponden a figuras del teatro y la literatura.
Uno de los más histriónicos es, sin duda, el ultraderechista fundador del Frente Nacional Jean-Marie Le Pen, a quien su hija ha despojado de su trono. Si hace algunos años se tomó por el Julio César de Shakespeare diciendo a un disidente: ¿Tu quoque fili?
, ahora se cree decididamente el rey Lear sin darse cuenta que de verdad ya enloqueció.
Le Pen no es el único en treparse a la escena del teatro o decidirse a entrar a la arena del circo político y, según su temperamento y estilo, representa a tal o cual personaje.
Uno de los papeles representados a menudo por casi todos los políticos es el del genial protagonista de la pieza de Molière que lleva su nombre: Tartufo. El personaje resiste incluso a malas representaciones de comediantes mediocres, lo que no les impide elevar la voz para declamar su amor a la patria, su vida al servicio de la nación, poniendo toda la posible solemnidad compungida en sus caras, acusándose unos a otros de mentira y despilfarro, cuando no de servirse de manera personal del dinero público.
Cierto, las interpretaciones de Tartufo son variadas. Los candidatos de izquierda ponen acentos melodramáticos en su condena a las finanzas y vituperan o lloran sobre la pobreza. Benoît Hamon, representante del Partido Socialista, ofrece un salario mínimo universal de 600 euros, olvidando, según sus rivales, que las arcas del Estado se hallan vacías. Su rostro de niño viejo parece el de un iluminado ante la visión del Paraíso. Jean-Luc Mélanchon, sostenido por la ultraizquierda y el Partido Comunista, arroja su maldición a los explotadores con los tonos de Depardieu cuando interpreta a Dantón con la espada en llamas de un arcángel San Miguel. En cuanto a Emmanuel Macron, ex ministro de Finanzas del presidente Hollande, pero quien se define a sí mismo como una novedad (¿nuevo detergente?), pues no acepta ser de izquierda ni de derecha, aúlla con tal fuerza su indignación y sus promesas que pierde la voz hasta quedar afónico. Actor sobreactuado, sostenido por los bancos sajones y el neoliberalismo financiero, su Tartufo engaña a algunos y provoca náuseas a otros.
Candidato de la derecha de los republicanos, François Fillon, buen Tartufo, se había autoproclamado la probidad misma. Para su desgracia, cuando el camino al Elysée parecía libre, Fillon, tan probo, es investigado por la policía nacional financiera a causa de los empleos ficticios de su mujer Penélope y sus dos hijos remunerados con dinero del Estado. Y en vez de ofrecerse a devolver la jugosa cantidad, Fillon agrega matices al papel de Tartufo con el de El Avaro, también de Molière.
En cuanto a la candidata de la ultraderecha, Marine Le Pen, quisiera tal vez actuar el papel de Juana de Arco, capaz de escuchar voces, pero evitándose la hoguera.
Los políticos deberían dedicar más tiempo a la lectura y al teatro, acaso encontrarían nuevos papeles, y otras inspiraciones y aspiraciones que la de un puesto, así sea el de presidente.