l apócrifo profesor de retórica Juan de Mairena señaló de modo ingenioso en una de sus famosas lecciones que la libertad, señores, es un problema metafísico. Hay, además, el liberalismo, una invención de los ingleses, gran pueblo de marinos, boxeadores e ironistas
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La doctrina del intercambio comercial entre naciones, que llevaría a utilizar de modo óptimo la dotación de factores de la producción, es vieja. Entre los ingleses fue postulada de forma explícita en el último cuarto del siglo XVIII y desarrollada a principios del XIX.
Se hablaba entonces de las ventajas derivadas del comercio, fueran éstas de tipo absoluto o relativo. El caso es que llevaban a la especialización y, con ella, a una productividad más grande. Los recursos disponibles, fueran naturales, el capital o la fuerza de trabajo, se utilizarían de la manera más rentable. Inglaterra produciría paño y Portugal vino.
Luego la teoría económica se encargaría de formalizar estos argumentos para demostrar que el comercio internacional genera ganancias a los participantes, además de que éstas son mayores mientras menos restricciones tenga el intercambio. Esto contribuiría a crear un bienestar más grande. No sólo el comercio resultaba bueno, sino mejor aún el libre comercio.
La teoría llegaba incluso a sugerir que habría una tendencia a igualar los rendimientos del capital y a una convergencia de los salarios.
A mediados del siglo XIX la hegemonía del capitalismo británico provocó el cuestionamiento del librecambio. El alemán Friedrich List propuso en su libro titulado el Sistema Nacional de Economía Política una crítica de las doctrinas liberales del mercado expuestas por la escuela clásica.
Proponía que el gobierno era el responsable de fomentar la productividad de los recursos del país, lo que no era compatible con el libre comercio hasta que los productores nacionales estuvieran en condiciones de competir.
Esa idea se conoció como el argumento de la industria infante
y se aplicó como medida para alentar el crecimiento de la producción interna. Había, pues, que prepararse para entrar a la arena del libre intercambio. Eso parecía ser lo justo.
Las distorsiones productivas ameritaban la cancelación temporal del comercio libre hasta que se superaran. Pero existen las distorsiones de la historia, más difíciles de encasillar en modelos derivados de premisas lógicas. La disputa entre el librecambio y el proteccionismo ocurría en la era del colonialismo y el imperialismo. También tuvo expresiones distintas en naciones de América Latina hasta las postrimerías del siglo XX.
El comercio libre se apoya en una serie de razonamientos y consta de una variedad de instrumentos para su operación práctica. El ideal es un gran mercado sin obstrucciones provocadas por la aplicación de impuestos, tarifas, aranceles y demás medios para retener las ventajas del intercambio.
A mediados del siglo pasado, con el gran acuerdo institucional fraguado en Bretton Woods, se creó un organismo multilateral para impulsar el comercio libre: el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio), al que siguió la OMC (Organización Mundial del Comercio).
Este orden institucional se adaptaba a las nuevas condiciones del capitalismo global, en el que destacan ya no sólo los flujos libres de mercancías y servicios, sino los flujos de capital financiero y, en algunos casos, hasta los movimientos de personas, como es el caso de los países de la Unión Europea.
Con los flujos de capitales abiertos se alteraron las condiciones del juego del sistema. Keynes ya había prevenido en la década de 1930 que esos flujos deberían estar bajo control, pues representarían una fuerte presión sobre las condiciones monetarias y de crédito, con distorsiones en el proceso de crecimiento de la economía y la distribución del ingreso.
La dicotomía entre el comercio libre y el comercio justo es una constante. No son términos equivalentes y tampoco la preeminencia de uno lleva de manera necesaria al otro. El TLCAN, por ejemplo, cumple con las condiciones que definen el comercio libre, pero la discusión sobre lo justo de su carácter impone otro tipo de consideraciones.
El actual gobierno de Estados Unidos proclama que quiere que coexista el comercio libre y justo. De la libertad del comercio existen ciertos parámetros que lo van definiendo y promoviendo. Esto ocurre independientemente de un criterio de justicia; el referente son las condiciones que existen para la acumulación, la rentabilidad y la competencia en el mercado.
El comercio justo parte la noción política de lo que se cree respecto de los efectos amplios del comercio; existe un componente axiológico.
Ahí se sitúa la idea de que México se ha aprovechado de Estados Unidos mediante el TLCAN. El caso es que la definición de lo que es justo en esta materia, tal como se ha planteado, no tiene por qué ser equitativa.
El mismo Mairena advirtió con gran claridad que en política, como en arte, los novedosos apedrean a los originales
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