l exilio español debemos dos editoriales emblemáticas: Joaquín Mortiz, que durante muchos años enriqueció la literatura hispanoamericana publicando autores que ahora forman parte del canon en lengua española, y Ediciones ERA, que publicó el primer libro de un joven poeta desconocido y que con los años mereció el Premio Cervantes: Los elementos de la noche, de José Emilio Pacheco.
ERA también hizo la primera edición de El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, novela que el escritor colombiano consideró su mejor libro. Publicó también, Días de guardar, de Carlos Monsiváis; La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, y un libro esencial de la literatura escrita en español: Paradiso, de José Lezama Lima, cuya publicación propuso Julio Cortázar y revisó minuciosamente un treintañero Carlos Monsiváis.
Paradiso es un claro ejemplo del trabajo editorial de ERA. El México de 1968 era un hervidero social y político, pero eso no impidió que publicara esta catedral del idioma, más cerca de los orígenes del lenguaje y de las voces interiores que de la realidad del país.
En estos días en los que parece que el mercado se comió a la literatura, da gusto saber que aún existen editoriales como la fundada por Neus Espresate hace más de medio siglo con Vicente Rojo y José Azorín.
Allí los títulos no los decide un departamento de publicidad, sino un grupo de lectores atentos; el diseño de las portadas no las ha banalizado un diseñador de moda (tan efímeros como ella) y para ellos las erratas aún son una pesadilla.
El primer libro publicado por Era en septiembre de 1960 fue toda una declaración de principios: La batalla de Cuba, un amplio reportaje de Fernando Benítez en colaboración con Enrique González Pedrero. Este dato dice poco. Conviene recordar que meses antes la Revolución Cubana había derrocado al dictador Batista y Estados Unidos buscaba recuperar el poder sobre la isla a toda costa.
Publicar grandes reportajes nunca ha sido algo común en el periodismo y menos aún en el mundo editorial. La crónica y el reportaje son géneros sexy si se quiere, pero no son los más rentables. Requieren investigación y traslados. Aún no me conformo con los cronistas de salón ni con los reporteros de escritorio. A cambio de eso se publican historias
, intrascendentes no por el tema que abordan, sino porque sólo navegan en las consecuencias y no profundizan sobre las causas que las motivaron. Ríos de historias sin compromiso nos inundan, sin compromiso de buscar la verdad.
Ediciones Era inició su catálogo con un claro mensaje político y literario. Mensaje que no ha caminado como ha caminado el mercado editorial. Aunque la motivación económica no ha matado la creación en el mundo literario, los autores de ahora, por contrato, se comprometen las más de las veces a entregar a su editor una obra cada año y participar en un carrusel de promoción para vender su obra. ¿Se imaginan a Rulfo, a Octavio Paz o a José Lezama Lima recorriendo el mundo para presentar sus obras?
Hace algunos años acercarse a un sello editorial era garantía de encontrar una buena novela, un libro de cuentos interesantes, una plaqueta de poemas que valía la pena.
Ahora no siempre es así. El culto a lo nuevo también ya se ha instalado en el trabajo editorial.
Cuando los libros se convierten en un negocio, lo que menos importa es el contenido de los libros. Por eso hasta en las editoriales públicas 300 erratas en libros de texto les parecen pocas y las novedades (que en realidad poco nuevo tienen que ofrecer) han desplazado a libros clásicos que por su calidad literaria deberían ser material permanente de cualquier librería.
Hace unos días me sorprendió no encontrar en librerías Los periodistas, de Vicente Leñero. En un país donde la carrera de periodismo y comunicación es una de las más demandadas, la ausencia de ese libro, que es libro de texto para esas carreras, sólo me confirmó cómo el mercado de novedades ha desplazado a textos fundamentales. Algo similar le ocurrió al antropólogo Sergio Raúl Arroyo, quien buscó infructuosamente Noticias del Imperio, de Fernando del Paso. No lo podía creer.
¿El culto a lo nuevo habrá banalizado al trabajo editorial? ¿Ese ninguneo hizo que obras de escritores como Rulfo emigraran de un prestigioso sello editorial para establecerse en otro?
Afortunadamente Ediciones Era sigue considerando importantes a su autores como para mantenerlos en circulación. Imagino que esta pequeña editorial independiente no ha retenido a sus autores por sus grandes contratos ni sus políticas de marketing.
Si en los años 60 el sueño de Neus Espresate era rareza, el sello de ERA ahora parece un milagro. Ojalá dure. Siguen haciendo falta editores para quienes los libros sean algo más que objetos de venta y los lectores algo más que compradores.