abemos cuando miramos el firmamento que la luz y el calor que nos llega de algunas estrellas pertenece al pasado porque en su presente ya han dejado de existir. Con su muerte, Teresa del Conde, la maestra, la doctora, la amiga, la madre, ha pasado a formar parte de esa categoría de seres cuya luz y calor permanecerá como rescoldo en el recuerdo de quienes desde este momento la invocamos en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Teresa del Conde Pontones, con su muerte inesperada, deja un vacío profundo y doloroso en un momento crucial de la vida política y cultural de este país. Apenas acabamos de ver la fotografía de enero pasado brindando gustosa por su cumpleaños junto a las queridas amigas Esther Echeverría, Miriam Kaiser y Cristina Gálvez; y aunque sepamos que nadie tiene la vida comprada, lo súbito de su desaparición ahonda la consternación.
Somos muchos los que la vamos a extrañar si no es que ya la estamos extrañando, muchos empezando por sus lectores que ahora nos explicamos por qué dejaron de aparecer sus colaboraciones semanales de los martes en este periódico.
Más de 30 años ininterrumpidos de crónicas, críticas y opiniones sobre el acontecer cultural del momento nos habían habituado a seguir cada semana; sus intervenciones siempre vivas servían como puntos de referencia en la elaboración de nuestros propios juicios más allá de acuerdos u objeciones. Su pasión por documentar la convirtió en espectadora y testigo ejemplar de la actividad plástica sobre todo en esta ciudad. Su presencia sin embargo también será extrañada en muchas ciudades donde con generosidad mantuvo el interés de seguirlas, pienso en Oaxaca, Aguascalientes, Zacatecas, Monterrey... su constancia periodística deja un extraordinario corpus de obra indispensable para futuras investigaciones sobre nuestro pasado inmediato.
Teresa te va extrañar la academia, tu Instituto de Investigaciones Estéticas, tus alumnos de Humanidades, tu UNAM, esa alma máter a la que siempre fuiste una leal y orgullosa servidora. Fue en noviembre pasado que despedíamos a tu maestro, colega y amigo Jorge Alberto Manrique; la vida sin embargo le dio la oportunidad de estar presente para recibir el reconocimiento y afecto de toda la comunidad cultural, ahí estuvimos en el Museo de Arte Moderno –donde ambos fueron directores– celebrándolo, ahí escuchamos tu intervención en torno a Manrique, como siempre improvisada y llena de inteligencia, erudición y humor. No se nos dio esa oportunidad contigo, Tere, te quedamos a deber ese y otros muchos homenajes.
Tus amigos, querida Teresa, te vamos a extrañar horrores, tantos amigos que hiciste y mantuviste, tu carisma daba para eso y más, si recuerdo que hasta decías que Rothko, nuestro perro, también era tu amigo.
Carmen, Tessa, Guillermo, Laura, tus hijos, Teresita, José y tus demás nietos, reciban nuestra solidaridad y afecto, un nuevo ciclo se inicia para ustedes, no olviden que han sido afortunados de contar con un ejemplo como el de Teresa.
Querida Teresa: estoy leyendo un nuevo libro, es de Juan Arnau, se llama Manual de filosofía portátil, creo que te puede gustar, te cito unos renglones sobre Wittgenstein, ...tenía una capacidad especial para atraer y fascinar. No era algo que él cultivara, sino el efecto natural de un genuino deseo de comprender, de una incansable honestidad y de una poderosa presencia
. ¿Sabes a quién me recuerda?
Francisco Castro Leñero, pintor
Ciudad de México, 16 de febrero, 2017