Opinión
Ver día anteriorJueves 16 de febrero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
El arte contra el crimen
E

n mi artículo anterior me refería a la tragedia protagonizada por un adolescente, Federico, quien terminó suicidándose después de disparar sin motivo aparente a tres compañeros y su maestra.

La escuela donde tuvo lugar la trágica escena, hasta entonces inédita en la vida social del país, se halla a poco más de medio kilómetro del Cerro de La Campana, una zona considerada de alto riesgo en términos familiares, comunitarios y de seguridad. En su perímetro se ha cultivado la música colombiana (cumbia, vallenato) bajo la figura advocaticia de Celso Piña, uno de los miles de niños que crecen en los cinturones de miseria del área metropolitana de Monterrey.

Unos promotores y artistas de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) lograron reclutar a un grupo de jóvenes y niños del Cerro de la Campana para formar una orquesta de alientos y cuerdas. La escuché en un convivio (posada) organizado por el rector de la institución, el maestro Rogelio Garza Rivera, para despedir las labores académicas de 2016. Me sorprendió la ejecución del repertorio clásico preparado para el evento. La mayoría de los músicos son adolescentes y el violín más joven tiene nueve años.

Vistos los acontecimientos ocurridos en una zona de las llamadas residenciales y en una institución educativa que goza de prestigio, quise indagar no sobre lo irremediable, sino sobre lo prevenible. Encontré que el trabajo llevado a cabo por la Escuela de Música en un barrio de condiciones socioeconómicas opuestas le fue encomendado a la universidad pública, justamente, por el Programa Nacional de Prevención del Delito (Pronapred). Este programa opera por medio de la Secretaría de Seguridad Pública y la Subsecretaría de Prevención y Participación Ciudadana del gobierno de Nuevo León.

Son ya 26 orquestas con integrantes similares a los que viven en el Cerro de la Campana: desde 2013, más de seis orquestas por año en promedio, que ahora forman la Red de Orquestas Municipales del Gobierno del Estado de Nuevo León.

Sin duda, los niños y jóvenes que participan en esas orquestas han sido sustraídos a la criminalidad potencial generada por las condiciones de pobreza y de clima peligroso en que viven. Los más destacados han iniciado su carrera musical en la Escuela de Música mediante una beca otorgada por la UANL.

Los responsables de los programas involucrados han hecho una evaluación de su trabajo y sus conclusiones son perceptibles y esperanzadoras. En el proceso de reclutamiento, aprendizaje y sensibilización familiar y comunitaria, el beneficio es no sólo para los estudiantes, sino para sus familias y sus comunidades. En este proceso se eleva la autoestima de los participantes y frente a ellos aparece un horizonte de posibilidades antes ausentes; los círculos sociales más inmediatos que los rodean registran mayor grado de cohesión, donde la estética se posa en la convivencia, así sea levemente, y germina una identidad cultural de otra calidad en cierto sector, por pequeño que éste sea.

Esa forma de rescatar y salvar vidas mediante la música reconoce sus antecedentes en Venezuela. El director Eduardo Mata –según la revista Proceso– conoció el sistema de orquestas infantiles y juveniles de ese país y se lo propuso al secretario de Educación Pública. Miguel González Avelar, entonces su titular, lo puso en práctica y alcanzó un considerable desarrollo hasta el sexenio de Vicente Fox. Antes de ser retomado el programa a escala nacional, en 2013, empezó sus actividades en Nuevo León.

En una de las sociedades más desiguales del mundo, como es la de México, lo que usualmente combate el Estado no es precisamente la desigualdad, sino sus efectos. Y estos últimos de manera deficiente en extremo, pues ni la acción anticonstitucional del Ejército y la Marina en tal combate ha logrado disminuir los índices de criminalidad en nuestro país. Pero no es para escamotear lo que se hace a fin de evitar que los niños y los jóvenes, sus familias, sus barrios, se asomen a otro ámbito y acaso logren salir de la Luvina moral del crimen.

Los gobiernos, no obstante, invierten más en deporte que en cultura. Y ni siquiera en el fomento al deporte como tal, sino al deporte-espectáculo que, a fin de cuentas, es el que rinde más en lo inmediato desde el punto de vista político. A mediano y largo plazos, la cultura es de la que se puede esperar mayores aportes al mejoramiento social.

Si en todos los municipios hubiera conjuntos musicales, coros, mesas de ajedrez en las plazas, conchas acústicas, círculos de lectura, exposiciones y escuelas de artes plásticas al aire libre, bibliotecas a la mano de los pobladores, y todo integrado a partir de una clara política pública, el combate a los efectos del crimen sería mucho más efectivo que la presencia de cuerpos, escuelas y medidas militares. Si a ello se agrega la organización de grupos ecológicos voluntarios, pero adecuadamente orientados a ubicar focos de contaminación y destrucción de la naturaleza, así como búsqueda de opciones para enriquecerla, la criminalidad podría abatirse en grados muy considerables.

Para una tarea colectiva de esa índole no se requiere sino imaginación, voluntad y convocatoria permanente.