rump es un truhán pero tiene una visión estratégica y claros propósitos.
En lo interno erosionar la democracia estadunidense atacando dos de los contrapesos centrales: el Poder Judicial y los medios de comunicación.
En el frente externo su propósito es desmantelar los arreglos de gobernabilidad que después de la caída del muro de Berlín supusieron un rol de articulador de equilibrios y guardián del orden por parte de Estados Unidos en un mundo crecientemente multipolar en lo político y en lo económico. La expresión fundamental de esta ruptura se expresa en los ámbitos de los tratados comerciales y los acuerdos de defensa militar. Su enemigo principal es claramente China.
El camino al autoritarismo. Ambos propósitos buscan acrecentar el poder político y económico de Trump y sus secuaces. Muchos analistas han subrayado las preocupantes tendencias autoritarias de Trump y su banda. Más preocupantes aún son las reflexiones de dos columnistas –David Frum en The Atlantic y Ryan Lizza en The New Yorker– sobre un itinerario factible de ruptura democrática en Estados Unidos.
México. En esa estrategia somos el chivo expiatorio. Por tres razones. En algunos ámbitos hay un fuerte sentimiento antimexicano. México ejemplifica en la ideología del supremacismo fascista a un enemigo identificable en la propia sociedad estadunidense. Atacar a México representa para Trump el menor costo, incluso comparado con los musulmanes, el otro objetivo de la campaña del odio.
La guerra de Trump contra México tiene tres movimientos. Primero: debilitar a un gobierno que no goza del apoyo popular induciéndolo a que cometa errores, filtrando medias verdades y, sobre todo, conduciéndolo a dilemas insalvables donde lo que está en juego ante la población mexicana es el interés nacional. En segundo lugar, profundizar la división entre unas élites ya divididas. No tardará en hacer lo mismo entre las élites políticas y el mundo de las asociaciones no gubernamentales. En tercer lugar y sobre todo con una guerra de propaganda que ahonde las desconfianzas entre mexicanos entre sí y con mexicano-estadunidenses y congele la acción colectiva ante amenazas de intervención militar.
Desconfianza. La sociedad y el gobierno mexicanos afrontan varios muros de desconfianza y conflicto previos al ascenso de Trump, que tienen que ser desmontados si buscamos crear coaliciones políticas y sociales capaces de afrentar la amenaza que Trump representa. No será ni fácil ni rápido pero es necesario dar algunos pasos que conduzcan a ese propósito.
Muros. Es necesario modificar la palabra unidad nacional. Evoca al régimen autoritario y hace caso omiso al pluralismo social y político que existe en nuestra sociedad. Segundo: es necesario definir el interés nacional en lo concreto. El rechazo al muro no sólo es un acto simbólico, es también un repudio a un acto hostil que debe ser expresado en el marco del derecho internacional. El apoyo a los migrantes mexicanos requiere esfuerzos políticos y jurídicos, pero también es una expresión de defensa a la dignidad humana y al libre tránsito de personas y debe tener correspondencia en el trato mexicano a migrantes centroamericanos. La previsible renegociación del TLC debe llevar a modificar el modelo de desarrollo seguido en México fortaleciendo el mercado interno. Al respecto, recomiendo revisar las propuestas hechas por el Grupo de Nuevo Curso de Desarrollo.
Tercero: es necesario revisar la política de seguridad pública supeditada hasta el momento a los intereses de Estados Unidos.
Todo lo anterior requiere debate y discusión públicos en los poderes legislativos, en las universidades, en las iglesias tanto en México como en Estados Unidos como en Centroamérica. Es la deliberación democrática la mejor defensa frente al fascista.
Por cierto estaré en la marcha del domingo. Más allá de discrepancias es indispensable repudiar masivamente a Trump.
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