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Luz de luna
E

logio de la ternura masculina. El impacto mediático de Luz de luna (Moonlight), segundo largometraje del afroestadunidense Barry Jenkins, cinta nominada a ocho Óscares, y gran sorpresa casi una década después de su debut independiente (inédito en México), Medicine for Melancholy (2008), se explica, en parte, por su originalidad temática y su innegable solvencia artística.

Basada en la obra teatral In Moonlight Black Boys Look Blue, de Tarell Alvin McCraney, la cinta refiere en tres episodios (Little, Chiron y Black), la saga afectiva de un pequeño paria sexual negro que crece apocado y tímido, hostigado por sus compañeros de escuela, en un barrio pobre de Miami, que con el tiempo se vuelve un hombre recio, indistinguible casi de los mismos personajes que lo atormentaron en su infancia.

Si bien la representación de un homosexual negro en el cine, alejado por completo de la caricatura, es en sí algo novedoso, sobre todo cuando toma como punto de partida su infancia, también es cierto que lo que más interesa a Jenkins en Luz de luna es la exploración de la identidad masculina en sus crisis y contradicciones, y el modo en que la sociedad actual las refleja y magnifica. Sólo la literatura había podido mostrar con acierto y delicadeza semejantes el doble tema de la marginalidad sexual y la homofobia en la comunidad afroestadunidense, en los libros de James Baldwin (Notes of a Native Son, Giovanni’s Room), por ejemplo, en los años cincuenta del siglo pasado. Seis décadas después, parece sugerir el cineasta, persiste en Estados Unidos una intolerancia que además de fragilizar las conquistas civiles, se encamina ahora hacia extremismos inquietantes.

Sin caer en un lenguaje panfletario ni enderezar una crítica social abierta, Jenkins retoma sus fuentes literarias para seguir muy de cerca la evolución sentimental del niño Chiron quien, debido al acoso escolar e incomprendido por una madre temerosa e intolerante, perdida en sus adicciones, conquista inesperadamente el afecto de un traficante de drogas, sustituto de un padre ausente, y la solidaridad de un condiscípulo al que admira y desea en secreto.

El tránsito de la niñez a la adolescencia y luego a la madurez del protagonista, lo capta el director con sutileza y un gran aplomo narrativo, como una saga de liberación que sorprende en el tercer segmento por el cambio radical en la fisionomía y caracter de Chiron. Sin embargo, esa aparente transformación muy pronto se ve matizada por la persistencia en él de una inmensa ternura que el hostigamiento padecido y una temporada en la cárcel, no han logrado disipar.

Foto
Fotograma de la película de Barry Jenkins

Jenkins extrae el mayor provecho de los tres actores que interpretan a Chiron en esas diversas etapas de su vida, y también de ese otro personaje capital, Juan, el narcotraficante, mentor espiritual y emblema de una virilidad sin mezquindades, cuyos pasos seguirá inadvertidamente el protagonista hasta volverse casi un doble suyo, su realización más generosa.

El propósito declarado del realizador ha sido dar en esta cinta una voz a personajes hasta ahora sin voz en el cine, y con ello parece aludir a una doble marginalidad racial y sexual, con escasa visibilidad mediática, que soporta el estigma del prejuicio y crecientes dosis de desprecio.

Inspirado en el cine de la francesa Claire Denis (Buen trabajo, 1999), del taiwanés Hou Hsiao Hsien (Tres tiempos, 2005) y del icónico realizador afroestadunidense Charles Burnett (Matador de ovejas, 1978), Barry Jenkins ofrece en Luz de luna una obra a tal punto personal (él mismo advierte en ella tintes autobiográficos) que rompe con los paradigmas de un cine de realismo social para volcarse de lleno, con la brillante complicidad del cinefotógrafo James Laxton, en un intimismo de tono melancólico.

Resulta curioso y revelador que en ese gran escaparate que es la entrega de los Óscares coexistan este año, como dos grandes favoritas, una gran parábola escapista, La La land: una historia de amor, de Damien Chazelle, y una película tan sutil, compleja e introspectiva como Luz de luna, con los contrastes culturales y raciales que ello conlleva y a la manera de dos caras de una misma moneda, la de una Norteamérica con una generosa diversidad indoblegable.

Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.

Twitter: @Carlos.Bonfil