n este centenario de la Constitución política, continúan vigentes las palabras de don Justo Sierra referentes a la Constitución de 1857, madre nutricia de la actual. La Constitución es una regla, es la garantía suprema de las garantías humanas, fuera de ella no hay más que lo arbitrario. Hemos de sostener que es preciso colocar a la Carta Magna sobre todo. Será una mala ley, tal vez, pero es una ley, reformémosla mañana, pero obedezcámosla siempre.
Han pasado más de 200 años de que uno de los padres fundadores de la patria, José María Morelos, en el Congreso de Chilpancingo, en 1813, nos legara los Sentimientos de la Nación. En ellos propuso, entre otras ideas, que como la buena ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales que obliguen a constancia y patriotismo; debemos reconocer que México no ha podido cumplir con este mandato.
No hay que olvidar en este centenario que fue don Venustiano Carranza, en el Plan de Guadalupe, quien dio inicio reivindicatorio de la grandeza nacional. Con él nace el Ejército Constitucionalista. Después del fracaso de la Convención de Aguascalientes y el triunfo de la Revolución, se reunió el Congreso Constituyente en Querétaro para reformar la Constitución de 1857, la cual fue promulgada el 5 de febrero en la misma fecha que la Constitución precedente. Que fuera posible se debe al primer jefe Venustiano Carranza, al general Álvaro Obregón, a don Luis Cabrera, a don Isidro Fabela, a Francisco J. Múgica y a Heriberto Jara, entre otros.
A partir de 1921, todos los presidentes, quien más, quien menos, han contribuido a defenestrar la imagen y el fondo de la Constitución. En una forma por demás desordenada y con un afán reformatorio, hemos perdido la idea coherente del Estado mexicano, por tanto se impone una revisión a fondo de la misma. Decía uno de los constituyentes, Juan de Dios Bojórquez, en 1938: la Constitución de 1857 murió en Querétaro; un día también morirá la de 1917
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Recientemente el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Enrique Graue, consideró que la Constitución y las leyes deben ser claras y cercanas a la realidad de la gente, para que sean defendidas y obedecidas, ya que en la actualidad la Carta Magna se ha vuelto compleja, confusa, farragosa y contradictoria.
El doctor Diego Valadés dice que estamos viviendo una desconstitucionalización del Estado, es decir, la vigencia únicamente formal de las leyes, pero sin que éstas se respeten y apliquen en la vida cotidiana. No escapa a la consideración de Valadés que estamos ante una potencial crisis constitucional; el jurista sostiene que existe una corriente que privilegia la apariencia por encima de la eficacia normativa de las mismas.
Norberto Bobbio sostiene que una Constitución perfecta tiene la función de establecer las reglas del juego, pero no debe establecer también cómo ha de jugarse; si lo hiciera, ya no sería una Constitución democrática.
Con todo los problemas que se viven dentro de la vigencia constitucional, prevalece el reconocimiento y construcción de los derechos humanos y la garantía de los derechos sociales, pues son la base de nuestro constitucionalismo, pero ha llegado el momento de reordenar nuestra Constitución.
Ojalá al presidente Enrique Peña Nieto le alcance el tiempo para proponer a la nación una renovación y actualización de la actual Constitución, para que alcancemos una mejor funcionalidad democrática de nuestras instituciones.