ue el mundo requiere un arreglo profundo y urgente no es ningún descubrimiento. Esto debería ser evidente para cualquiera que opte por observar lo que pasa y como se agravan los conflictos existentes.
El arribo de Trump no es un hecho casual. Es parte de un fenómeno más general que se ha ido cocinando por largo tiempo. Expresa las fuerzas de corte nacionalista que se corresponden con las contradicciones crecientes que genera el orden global. No es la primera vez que ocurre.
Apenas un breve señalamiento del reflujo de la marea global es ilustrativo: Putin, Erdogan, Modi, Xi Jinping, Brexit, la fragilidad de la Unión Europea, etcétera. Todos son parte del mismo fenómeno que Trump e incluso chocan entre ellos pues no son equivalentes.
Durante la larga campaña electoral Trump fue la estrella del show que él mismo impuso; enseñó sus cartas sin tapujos. Muchos de los ciudadanos votaron por él y consiguió llegar a la presidencia, aunque perdió por cerca de 3 millones el voto popular. Así son las reglas.
Nada de lo que hizo y por lo que incluso fue duramente criticado en ese periodo disminuyó la fuerza de su candidatura. Todo se le iba resbalando, al tiempo que mostraba la torpeza de sus contrincantes, primero los de su partido y luego los demócratas. La sociedad quedó fuertemente dividida; más, incluso, que cuando se eligió al primer presidente afroamericano en 2008.
A Trump le ha funcionado muy bien culpar a los otros hasta de sus propias torpezas y ha conseguido capitalizarlas. Contrapuso a una parte de la sociedad, a la que dio personalidad como los desplazados por el poder de los políticos de Washington, ha pintado una imagen de su país como una zona de desastre e hizo que lo siguieran fielmente y aceptaran su maniqueísmo. Había un descontento soterrado que emergió y no solo entre los seguidores del Partido Republicano.
El fenómeno no es simple. Desde su elección, a principios de noviembre, ha seguido exhibiendo su modo de ser y lo que quiere hacer de su presidencia. Llegó a la investidura con un nivel muy bajo de aceptación popular. Su discurso fue una ilustración clara de qué es Trump. Al parecer va perdiendo parte de su atractivo. Lo que abre la cuestión acerca de cómo responderá el ahora presidente.
Trump necesita un constante reconocimiento y afirmación de su persona. Destinó el primer día de su presidencia, en una visita a la CIA, a pelearse con la prensa sobre la información acerca de la asistencia a la ceremonia de investidura, reportada como muy inferior a las dos de Obama.
Llamó a los periodistas la gente más deshonesta del mundo y sabe que entre sus seguidores eso resuena a su favor. Es evidente que los grandes consorcios de noticias tienen su propia agenda política y que están polarizados por la elección de Trump. Alentar una confrontación de ese tipo es un eco de un acendrado autoritarismo.
Pero ese mismo día la calle habló y se escuchó con gran sonoridad. Se reporta que más de un millón de personas se volcaron por las calles de las grandes ciudades de Estados Unidos convocadas por la Marcha de las Mujeres, pero que se convirtió en una protesta en contra de Trump.
Este no fue solo un acontecimiento nacional, sino que se reprodujo en varias ciudades del mundo. Se repudió a Trump y también a las consecuencias esperables de su presidencia. Eso indica la forma en que se advierte el riesgo de la visión aislacionista y populista que ha propuesto seguir. Es una expresión del miedo que se esparce por todas partes.
Ese primer día de la presidencia de Trump, esa multitudinaria marcha en su contra es como una especie de zoom que permite enfocar un fenómeno político que tiene antecedentes en esa sociedad pero que, sin duda, perturba las maneras dominantes pues lo pone en el centro del ejercicio del poder.
Así que el arreglo que requiere el orden mundial tiene expresiones claramente contrapuestas. No puede ser de otra forma, los estímulos para ello son, hoy, muy grandes. Son las alternativas que se van a medir en Estados Unidos y el resto del mundo.
Mientras tanto, la Marcha de las Mujeres y su derivación en un cuestionamiento abierto de Trump han dejado algo de gran valor. Expresan abiertamente lo que quiere una parte de la población que decidió volcarse y no quedarse callada y ser sometida.
Ahora Trump y su gobierno habrán de saber que no tienen mano libre. Si en el Congreso tiene mayoría, si puede nombrar jueces en diversas instancias, especialmente en la Suprema Corte, enfrenta la resistencia social que ya mostró los dientes. No es fácil mantenerla activa y eficaz.
Los políticos liberales estadunidenses, los el partido Demócrata exhibieron los límites de su comprensión del proceso social que pretendían liderar. Fueron forjadores de las mismas condiciones que llevaron a su derrota.
El liberalismo de la era global, extendido por todas partes, ya no parece dar para más. Mientras los liberales de todo cuño, más la izquierda partidaria que no tiene ahora rumbo, pueden rearmarse, o bien, pasar de plano a la irrelevancia queda algo valioso que no debe perderse de vista. La gente que salió a la calle exhibió el poder de la decencia.