Ciego de ira, Mike Tyson pegó un feroz mordisco en la oreja de Evander Holyfield, quien miraba con una mezcla de sorpresa y horror la sangre que manaba del costado de su cabeza. Ambos se habían anulado en un abrazo defensivo. Tyson sólo encontró su dentadura como recurso para castigar al oponente y atacó con la convicción de un pitbull. Holyfield con los ojos desorbitados deambulaba por el cuadrilátero, no concebía lo que había sucedido, se tocaba con torpeza su oreja herida para convencerse de aquel grotesco episodio de junio de 1997.

Holyfield tuvo una carrera memorable. Fue el primer boxeador en conquistar cuatro veces el campeonato del mundo en peso completo. Enfrentó a un puñado de peleadores de nombres inolvidables. Pero el episodio del pedazo de oreja que le arrancó Tyson y que escupió sobre la lona se impregnó en su biografía como el suceso más importante en 27 años de carrera.

Todo mundo habla de eso siempre, que Tyson me mordió, dice Holyfield, acostumbrado a que le pregunten sobre el tema. Yo ya lo perdoné. Lo positivo que recuerdo de aquella noche es que yo no lo mordí de vuelta. Entendí que las malas cosas siempre sucederán.

Holyfield trata de no agregar más a un acto que lesionó profundamente la imagen de Tyson. Busca con cierto esfuerzo decir algo positivo al respecto. Que era un gran peleador. Que lo dominó la frustración y la impotencia de sentirse superado. Lo mira con una extraña compasión.

Me mordió de esa manera porque quería salir de esa pelea, explica esta mañana fría de domingo, en una visita a México para asistir a la carrera anual del Consejo Mundial de Boxeo.

Tyson se sentía perdido y no quería caer noqueado. Hizo lo que pensó que era lo único que podía para no salir lastimado.

Aunque se esfuerza por dar la impresión de que se trata de un episodio sepultado, es evidente que está acostumbrado a revivirlo cada tanto. Incluso hace pocos años grabó un comercial para una firma deportiva en el que Tyson se aparecía con una cajita de regalo, dentro de la cual guardaba el pedazo de oreja que le arrancó en 1997; se lo ofrecía a Holyfield como quien regala un anillo. Ambos sellan el acto con un abrazo. Uno como aquel en el que le dieron una increíble tarascada.

Hoy ya no hablamos más del asunto. Mike Tyson fue un gran boxeador que pensó que podía vencerme. No pudo y eso es todo.

Holyfield quisiera recordar sólo acontecimientos relacionados con sus combates y los rivales brillantes a los que enfrentó, pero los sucesos extraños aparecen en su carrera con la gracia de un invitado inoportuno. En 1993, mientras combatía por segunda ocasión ante Riddick Bowe, en el séptimo asalto una presencia inesperada interrumpió la pelea en el Caesar’s Palace de Las Vegas.

Un hombre en un paracaídas empezó a descender sobre la arena. Pretendía aterrizar en pleno cuadrilátero. Un mal cálculo le impidió anticipar los cables sobre el Caesar’s Palace, que terminaron por derribarlo para quedar entrampado entre las cuerdas del enlonado. El público enardecido y la gente de seguridad arremetieron contra el extraño volador, que fue nombrado el Aficionado. Lo golpearon con saña y lo mandaron al hospital, al mismo donde también fue la esposa de Bowe, víctima de una crisis nerviosa.

“Era una pelea dura. Creo que yo iba a ganarla por nocaut, pero de pronto apareció el Aficionado e interrumpió todo. Fueron 20 minutos de descanso para Bowe. Tuve que empezar de nuevo y al final fue como si hubieran ocurrido dos combates en una misma noche”, lamenta todavía, como si algo se le hubiera escapado en ese momento.

Podría decir que fue bueno (que lo golpearan), porque pienso que después de eso nadie más volverá a intentar algo parecido; han visto lo que pasó y eso evitará que se repita, dice con visible molestia sobre ese incidente, que fue parodiado en la serie de televisión Los Simpsons.

Es clara su intención de no caer en terrenos polémicos; bastante tiene con esos dos episodios que distraen la mirada sobre su carrera de boxeador.

Cuando el magnate y hoy presidente de Estados Unidos Donald Trump estuvo ligado al negocio del boxeo, se encargó de hacer posible la pelea entre George Foreman y Holyfield en 1991, en Atlantic City. Él tiene claro, pero se resguarda en la ambigüedad y los comentarios esperanzadores ante un panorama que para muchos es incierto.

He tratado de no inmiscuirme en situaciones como esa (el triunfo de Trump), porque todo tiene algo bueno y algo malo, elude Holyfield. Trump tiene cosas buenas y malas, igual que todos. Hoy es el presidente y como tal todos los estadunidenses debemos apoyarlo.

Holyfield no es Muhammad Alí, quien utilizó su popularidad para defender los derechos civiles de los afroestadunideneses. Este hombre de mirada penetrante prefiere tomar distancia para no comprometer su postura. Las protestas contra la llegada de Trump al poder le parecen signos de la libertad de expresión y trasluce una tenue esperanza por el nuevo presidente.

Las protestas son parte de nuestra libertad de expresión. La gente manifiesta así lo que le gusta o no, sólo celebro que son pacíficas, expone. La gente ve lo que quiere ver, pero creo que cuando Trump vea tanta gente entenderá que es necesario hacer algunos cambios.

Las declaraciones provocadoras y arrogantes sobre México le parece que no deben tomarse en serio. Cuando mucho le parecen excesos verbales sin sustento real y que sólo fueron recursos para ganar aliados.

No creo que mucha gente lo tome en serio. Es como cuando se habla de los negros. Hay algunos que actúan mal, pero otros son buenos. Igual que los blancos, en cualquier cultura hay gente buena y mala, así es como yo miro al mundo, expone.

Antes de marcharse deja claro que está tranquilo con su pasado, pese a que terminó en bancarrota, un episodio repetitivo en los boxeadores. Hace unos años fue polémica la venta de una mansión de Holyfield con 109 habitaciones y 17 baños. Qué más da, no fue una tragedia para este boxeador. “Una vuelta más en la rueda de la fortuna –dice– lo importante es recuperarse.

Estoy orgulloso de todo lo que logré. Orgulloso de recuperarme de todo lo que me ha ocurrido, dice convencido el ex boxeador que se recuperó incluso de una feroz mordida.