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Ver día anteriorDomingo 22 de enero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El extraño enemigo
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eivindicar el interés nacional puede ser visto como un empeño fútil en esta era de hiperglobalización y sobrevivencia del pensamiento único, pero no lo es. Esto es lo que hacen los estados más alertas y dispuestos no sólo a permanecer este fin de ciclo, sino empeñados en hacerse del máximo poder posible para jugar en la próxima ronda trasnacional por la hegemonía global. Así lo proclamó Donald Trump la mañana del viernes pasado, haciendo gala del más silvestre de los nacionalismos y de la furia antidemocrática disfrazada de condena del establishment político. Para él, Washington se enriqueció mientras el pueblo empobreció y es al pueblo sufriente a quien se debe su gobierno. Wall Street no contó para el nuevo presidente.

Buy american and hire american va a significar en el día a día guerra comercial abierta o embozada y ahí será donde se dirima nuestra futura relación con el vecino y el resto del mundo. El pretendido cosmopolitismo de las últimas décadas tendrá que dejar su lugar a una visión ilustrada, global sin duda, pero aleccionada contra la euforia globalista y resignada que rigió la política y la economía desde 1994.

Algunos vieron la apertura y el TLCAN como el mejor freno imaginable a los despropósitos del estatismo que había osado nacionalizar la banca y lanzar un enorme programa de desarrollo industrial que permitiera sembrar las ganancias extraordinarias del auge petrolero. Incluso presumieron de ello, como si fuese un triunfo de la democracia que en los hechos negaban. La ironía, cruel como todas las históricas, es que será ahora desde fuera, con un señor como Trump de vocero y fiero operador, lo que nos obligue a girar para encontrar un nuevo cauce para nuestra evolución política y social.

Proponer la defensa del interés nacional como divisa para delinear y definir diversas formas de defensa y acción frente al cambio de reglas, usos y costumbres con que nos amenaza Trump, es lo que hemos hecho en y desde el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo en pos de un mayor y mejor entendimiento con el resto de la comunidad universitaria nacional y, de ser posible, tejer una deliberación política nacional que tendría que ser recibida y reproducida por los órganos respectivos del Estado y, en particular, por aquellos dedicados según la Constitución a la representación y la deliberación colegiada.

Es eso lo que el país requiere en estas horas, que se volverán meses, de tensión y espera ante el vuelco político más formidable del que tengan memoria la sociedad mundial, la estadunidense y la nuestra en particular. Forma parte del cambio de época del que nos advirtiera con anticipación Alicia Bárcena desde la Cepal.

Tenemos que diseñar planes de contingencia y contención para enfrentar los desafíos y amenazas lanzados por el presidente estadunidense desde su campaña y ya como presidente. Podemos esperar que los pesos y contrapesos ideados por los padres fundadores lo obliguen a frenar su furia y modular sus ínfulas agitadoras. Pero, lo que no podemos, ni debemos, es confiar en que eso ocurrirá en la forma y los tiempos adecuados o favorables para nosotros. De aquí la necesidad urgente de planes de corto y mediano plazo para recibir el impacto Trump, que hoy parece un tsunami y, a la vez, prepararnos para una nueva travesía por el desierto.

Según las concepciones desarrolladas por el grupo en casi ocho años de reflexiones y trabajo, el país requiere cambiar la ruta que se ha seguido ya no sólo a contrapelo de los designios constitucionales sino ante los malhadados resultados puestos a flote por la gran crisis que irrumpió en 2008, y encaminarse con paso firme y decidido hacia la construcción de un nuevo curso de desarrollo. Entender y asumir nuestras debilidades y reacciones tardías y lentas ante la forma de crecimiento adoptada a fines del siglo pasado, que no adaptada.

El mexicano no es ni el Estado ágil con capacidades para actuar e intervenir oportunamente frente al ciclo económico y sobre las muchas fallas estructurales que nos asuelan, ni la nuestra es una estructura productiva capaz de ser fuente de crecimiento sostenido y de aprovechar internamente las ganancias externas.

Sin un Estado adecuado y unas potencialidades productivas constreñidas, no podía haber una redistribución social satisfactoria, mucho menos si se toma en cuenta la erosión sufrida por las organizaciones sociales antes de que el cambio estructural globalizador fuese puesto en acto.

La necesidad de cambiar se hizo evidente para nosotros y por eso fue que aparte de insistir en la conveniencia de acciones compensadoras y contracíclicas nos abocamos a documentar y enriquecer una propuesta de cambio económico y social, congruente con los cambios demográfico y democrático también ocurridos a fin de siglo y, más que nada, con las exigencias y afanes de la mayoría dolida de nuestra sociedad. Ahora, esta necesidad de transitar un nuevo curso de desarrollo, orientado por objetivos de bienestar y reivindicación social redistributivos, se ha vuelto vital y urgente. Reclama inmediata recepción.

Las rupturas que pregona el nuevo presidente estadunidense nos afectan negativamente como país y pueden provocar situaciones catastróficas en regiones enteras. Desamparar a las comunidades que en buena parte sobreviven de las remesas no es una contingencia pasajera, como tampoco lo es dejar en el desempleo a los trabajadores inscritos en la industria de exportación del centro norte y el norte de México.

Guste o no a los un tanto ridículos cosmopolitas surgidos de la globalización mexicana, todavía hay aquí y en China, como en Francia o Japón y desde luego en Estados Unidos de América, una dimensión subjetiva y material, física y productiva, que se resume en la noción de patria y nación. Trump tiene la suya y hay que recrear la nuestra.

De aquí la legitimidad de apelar al interés nacional para forjar una unidad que, sin sacrificar ni reducir las ganancias democráticas, sea capaz de propiciar la acción unificada frente a un verdaderamente extraño enemigo.